Los príncipes en la torre
La pesadilla de la historia.
¿Qué puede haber más apetecible para un pintor romántico que la trágica historia de dos niños de sangre real asesinados en misteriosas circunstancias? Paul Delaroche no defrauda a la hora de representar el episodio de los Princes in the tower, como se lo conoce en la historiografía anglosajona.
La anécdota es uno de esos enigmas macabros que plagan la Edad Media inglesa y que suelen servir de inspiración para los libros de George R. R. Martin. Nos situamos en 1483. Eduardo IV, rey de Inglaterra, acaba de morir. Sus dos hijos supervivientes, Eduardo (ahora Eduardo V) y Ricardo de York, de doce y nueve años de edad respectivamente, son encerrados en la Torre de Londres por orden de su tío Ricardo, duque de Gloucester. A los príncipes se les aseguró que durante su estancia en la Torre se prepararía a Eduardo para su coronación. «Misteriosamente» los niños acabaron por desaparecer sin dejar rastro y Gloucester subió al trono como Ricardo III (que ha sido siempre señalado, aunque aún no se haya alcanzado un claro consenso, como su asesino). Shakespeare incluiría estos sucesos en la larga cadena de monstruosidades cometidas por el protagonista de la que sería una de sus tragedias más famosas, Ricardo III, directa inspiradora de la obra de Delaroche.
Aunque es muy probable que los niños no fueran conscientes de cuál iba a ser su destino, el miedo que muestran acurrucados en la cama y el rostro compungido de Eduardo parecen reflejar lo contrario. Se apoya sobre su hermano, al que sabe que no puede salvar, e intenta que no escuche al perrito ladrando ante la inminente llegada de los hombres que acabarán con sus vidas.
Delaroche destacó en la pintura de historia no por saber retratar fielmente los momentos y personajes históricos, sino por saber construir escenas dramáticas, casi teatrales, y este ejemplo no es la excepción.