La furia de Aquiles
Calma estoica.
Jacques–Louis David recurre a los clásicos griegos para pintar esta escena. Se basa en Ifigenia en Áulide, una de las tragedias de Eurípides. Protagonizan el cuadro Agamenón, rey de Micenas, su mujer, Clitemnestra, una de sus hijas, Ifigenia, y el célebre héroe Aquiles.
Este rey arrogante había matado a un ciervo en un lugar sagrado, y para colmo alardeó de ello. La diosa de la caza, Artemisa (o Diana en romano) enfureció ante semejante bravuconería, y manipulando el viento, detuvo los barcos de éste, que se dirigían hacia Troya, a luchar en la célebre guerra. La única manera de seguir avanzando y aplacar a la diosa era sacrificar a Ifigenia, la hija de Agamenón, que no tenía culpa alguna de las terribles acciones de su padre (pero, como ya sabemos, los dioses de la Antigüedad a veces podían llegar a ser muy crueles).
Por tanto, este momento no representa la cólera o ira de Aquiles por antonomasia, cuando Agamenón le arrebató a Briseida (el héroe tenía ya de por sí una complicada relación con este tirano), o tras la muerte de su íntimo amigo (y muy posible amante) Patroclo, todo ello sucedió mucho después.
Agamenón comprendió que la única manera de avanzar era perder a Ifigenia, y sus ansias de victoria estaban por encima de aquella que era sangre de su sangre, por lo que aceptó su destino.
En la obra, Jacques–Louis David pinta a un Agamenón tajante, imponente. Mientras Aquiles, al que vemos prácticamente de espaldas, iracundo por permitir llegar a una crueldad como esa, está a punto de desenvainar su espada, sólo lo detiene el semblante autoritario del rey, y su mano, ordenando que baje el arma.
Ifigenia, situada entre los dos hombres, va vestida de blanco, con una guirnalda de flores, y porta en sus manos una ramita de olivo, que simboliza pureza. Muestra una expresión abstraída, ausente, parece aceptar su terrible destino, en una actitud que incluso puede enfadarnos a nosotros, a los espectadores, ante tal sumisión, sin intentar luchar por su vida. Sin embargo, es adecuado, lo que en Grecia se conoce como calma estoica.
A su lado se encuentra su madre, Clitemnestra, que mira hacia Aquiles con los ojos llorosos y pone una mano sobre el hombro de su hija.
Poco importa el reducido fondo de la obra con un cortinaje rojo y el reducido paisaje, la obra se centra en estos cuatro personajes y las expresiones y sentimientos de cada uno de ellos, que Jacques–Louis David, uno de los pintores neoclásicos por excelencia, logra representar a la perfección.