La Gioconda
Sonrisa de Mona Lisa.
Toda una vida esperando encontrarnos frente a frente con el rostro más conocido y reproducido de la historia del arte. Ya dentro del Louvre, sorteando turistas de todas las nacionalidades, logramos disponernos finalmente en ese punto perfecto de visión. La encontramos, la reconocemos, la miramos y sólo una cosa nos pasa por la mente: ¡¡pero… qué chiquita que es!!
¿Será esto, acaso, porque al ser una de las obras para conocidas de la historia de la humanidad, toda la ilusión, la expectativa y la emoción por conocerla van sumando, en nuestro inconsciente, centímetros al lienzo?
Leonardo da Vinci, uno de los más destacados artistas (pintores, ingenieros, poetas, anatomistas, etc) del Renacimiento italiano supo experimentar en cada una de sus pinturas tomando siempre la observación de la sabia naturaleza como el primer recurso al que todo buen pintor debía apelar. En este cuadro, la Mona Lisa, supone ser el retrato de boda de Lisa Gherardini, esposa de Il Giocondo. Novedoso en muchos aspectos, este retrato de Leonardo se muestra en ¾ perfil, presentando la técnica del sfumato (difuminado) a través de la cual logra dar volumen y, por lo tanto, vitalidad a la figura. El paso de una superficie a otra, como por ejemplo del cabello a la mejilla, no se delimita por una fuerte y neta línea de contorno, como se trabajaba habitualmente, sino que sutilmente ambas superficies se fusionan. Este efecto logra transmitir sensación de espacio, de «aire» envolviendo a la figura y separándola, a su vez, del fondo.
Por otra parte, el desarrollo de la llamada perspectiva aérea, o azulada también se describe en esta obra. El artista explicaba que a medida que los objetos se alejan del espectador, éste comienza a percibir los objetos y/o el paisaje virando hacia las tonalidades grisáceas y azuladas. Por falta de definición, el ojo pierde en detalle y los colores no logran distinguirse unos de otros.
Sin embargo, no debemos pasar por alto, que a comienzos del siglo pasado esta obra fue robada del Museo del Louvre. Un ex guardia de seguridad llamado Vicenzo Peruggia, se llevó el cuadro un lunes de 1911 para devolverlo en 1914. Mientras tanto lo tuvo bien guardado… debajo de su cama… (¿?) ¿Cuál fue su argumento? La obra, realizada por un artista italiano, debía regresar a su patria. Lo que Vicenzo no sabía, era que el mismísimo Leonardo había legado esta obra al entonces rey de Francia, Francisco I. Las idas y vueltas alrededor del insólito suceso, hizo que la Gioconda se vuelva una de las imágenes más reproducidas y difundidas del siglo XX.
¿Será entonces que la Mona Lisa sonríe? ¿O es que en realidad está amargada? Bueno, esto es básicamente lo que Leonardo quiso que quede en nuestras manos. En su Tratado de la Pintura, describe que un pintor puede definir la personalidad del retratado a través de las líneas de expresión, por ejemplo, alrededor de los ojos y alrededor de la boca. Resulta que en el caso de la Gioconda, son dos zonas que el gran genio ha dejado indefinidas. Tal vez esta dama florentina que nos observa directamente, sea cual fuere nuestro ángulo, se alegra al recibir nuestra visita.