La isla de los muertos
Simbolismo fúnebre suizo.
¿Porqué esta obra fascinó a tanta y tan variada gente…? Lenin, Freud, Munch, Nietzsche, Dalí, Rachmaninov… Todos adoraban a Böcklin y a este cuadro en particular. El puto Adolf Hitler estaba obsesionado con el cuadro y lo consiguió tener por fin en 1933 (este mismo que estáis viendo, la tercera versión).
Tan popular fue en una época que Nabokov cuenta en su novela “Desesperación” (1934) que reproducciones de la “Isla de los muertos” podrían “encontrarse en todos los hogares de Berlín”. El artista era un ídolo carpetero.
En esta obra Böcklin pinta a un remero y una figura blanca sobre una pequeña barca que se dirige hacia una isla rocosa. En el bote hay un objeto blanco. Lo lógico por el título y un poco de iconografía es pensar que la figura blanca es Caronte, el tío que conducía a las almas al Hades por la laguna Estigia, y en este caso está custodiando un ataúd.
En el pequeño islote hay altos y oscuros cipreses (como todos sabemos, árboles asociados a los cementerios y al luto), y su perímetro está vallado por acantilados muy escarpados. También hay vanos en las rocas, dando la sensación de ser sepulcros.
Por supuesto, como buen simbolista, Böcklin nunca explicó el significado de su pintura, y eso no hizo más que multiplicar su misterio. Pero sabemos que cerca de su estudio en Florencia (era suizo, pero se fue a Italia a vivir) estaba el cementerio donde descansaban los restos de su pequeña hija María. En total, Böcklin había perdido 8 de sus 14 hijos. Normal que pensara bastante en la muerte.
No hay nada más universal que la muerte (quizás también el amor, pero menos, lógicamente). La muerte es un tema sin duda fascinante, por lo que de ahí exista tanta admiración en tanta gente. A lo mejor hasta hemos creado nuevos admiradores con estas líneas. Si es así, disfrutad de la obra.
Como banda sonora, una maravilla de Rachmaninov, otro fan histérico del cuadro de Böcklin, que decidió componer este poema sinfónico tras ver la obra.