La leyenda del rey monje
Juego de tronos.
Ramiro II de Aragón muestra a los nobles de su reino las cabezas cortadas de los que habían desafiado su autoridad. Así deja claro quién mandaba ahí.
José María Casado del Alisal, especialista en cuadros de historia, pintó esta escena tan gore sin escatimar en sangre y truculencia, y es que este acontecimiento histórico era perfecto para un pintor como él, que pretendía mezclar el Academicismo de toda la vida con el Romanticismo que estaba tan de moda en ese siglo XIX.
Así se combina la historia, que debiera ser «fría y neutral», con el dramatismo de una escena como esta.
Y es que en esa Edad Media Española se cometían actos que dejan a Juego de Tronos en un juego de niños:
Tras la muerte de Alfonso I de Aragón, que no deja descendencia, su hermano Ramiro II se quedó con el trono. Muchos no vieron esto con buenos ojos, pero Ramiro los mandó llamar a su palacio de Huesca, y con la excusa de enseñarles una campana que se oía en todo el reino, los hizo pasar por una puerta estrecha, decapitándolos de uno en uno conforme entraban. Las cabezas de los nobles fueron colocadas en forma de círculo, y al final dejó al obispo (el cabecilla de los rebeldes, nunca mejor dicho), con cuya cabeza se hizo el badajo de la campana.
Como es lógico, la revuelta de los nobles disconformes se acabó ahí mismo.
Esta historia, entre la realidad y la leyenda (no está probado que algo así sucediera, exceptuando fantasiosos relatos más literarios que históricos) inspiró a Casado del Alisal para crear uno de sus más alabados experimentos artísticos.
Se cuenta que el pintor decidió usar cabezas reales adquiridas en hospitales, y una anécdota dice que se llegó a desmayarse cuando le enviaron un saco y volcaron su contenido en el suelo, rodando tres cabezas humanas.
Desde luego, se nota el realismo de este proceso creativo.