La mañana de la ejecución de los Streltsí
El Kremlin se hacina de llantos.
Pedro I de Rusia (1686–1725) se encontraba de viaje en Ámsterdam cuando comenzó una revuelta de fusileros (los llamados «Streltsí») en Moscú. Los rudos soldados estaban muy descontentos con su situación económica, y aprovecharon la ausencia del zar para alzarse contra el trono.
Esta pintura de Vasily Surikov retrata el amanecer del día 10 de octubre de 1698, cuando el zar, ya de vuelta en Rusia, ordenó y fue testigo de la ejecución de más de mil streltsí. El propio monarca, en un intento por causar la mayor impresión y temor posibles, ordenó que los presos fueran llevados al cadalso en carretas negras, tiradas por caballos negros y conducidas por cocheros vestidos de negro.
Surikov, en cuya carrera destacan especialmente las pinturas de historia, divide la escena en dos partes: a la derecha, los streltsí, y a la izquierda, el zar Pedro y su corte. Es imposible que la atención del espectador no se pierda entre las miradas de odio y los rostros compungidos de los soldados, sus mujeres e hijos. Destacan un streltsí vestido de rojo, rendido y mirando al suelo, así como uno de sus compañeros, de barba pelirroja y con una vela en las manos, al que el zar le sostiene la mirada desde su caballo. Las madres, las esposas y sus niños llorando plagan toda la pintura. En el fondo, como dos fantasmas que presencian desde la distancia la horripilante escena, la catedral de San Basilio y el Kremlin.
Tras la ejecución, en la que Pedro I participó personalmente decapitando hasta a cinco streltsí, las familias fueron desterradas de la capital, lo que suponía prácticamente una condena a muerte por hambre y frío en la helada estepa rusa. Fue tan solo una muestra más de las cotas de crueldad a las que Pedro I fue capaz de llegar con el fin de mantener la más que difícil posición que ocupaba sentándose en el trono ruso.