La masacre de los inocentes
Que un inocente es mejor que toda vana elocuencia.
Según el Evangelio de San Mateo, después de escuchar a los sabios del nacimiento de Jesús, y temiendo que le arrebatara la corona, el rey Herodes ordenó que todos los niños de Belén menores de dos años fueran asesinados.
Bruegel —tal y como solía hacer, por ejemplo en en El censo en Belén— llevó este hecho a su época y su país, y convirtió a los infanticidas judíos en soldados del ejército español (y sus mercenarios alemanes). Los abusos de las tropas de Felipe II en Flandes eran conocidos en todo el país, y como artista, Bruegel fue de los primeros en denunciarlos convirtiendo a Herodes en el sanguinario Duque de Alba.
Sin embargo, no vemos aquí niños muertos. Poco después de que Bruegel acabase su crítica obra, se decidió convertir la masacre en un simple saqueo. Se cambió a los niños por animales, paquetes y diversos objetos, pero ahí quedan las reacciones de sus padres, claramente desproporcionadas.
Pero queda una copia de su hijo Peter Bruegel el Joven en la que vemos claramente la idea original del autor, sin escatimar en crueldad y violencia.
Ahora el paisaje es dantesco. Te hiela la sangre, y no es por el frío. La gente, el pueblo flamenco, suplica y llora de manera desconsolada en este frío paisaje invernal, y claramente no es por el saqueo de unas longanizas.
Vemos bebés muertos tirados en la nieve (jamones y quesos en la versión censurada), estremecedores apuñalamientos a chavales (antes cántaros, terneros o jabalís), la mujer sentada que llora con su infante muerto en el regazo (que se había convertido en un paquete), soldados españoles picando con lanzas pilas de niños (cambiados por ganado)… Todo ese abanico de tropelías cometidas por los españoles en Flandes que habían sido denunciadas por el padre, vuelven a ver la luz con la copia de su talentoso hijo.