La muerte de la Virgen
Sombras y realismo.
En junio de 1601 el abogado Laerzio Cherubini encarga a Caravaggio una obra para la Iglesia de Santa María de Scala, que se pintará entre 1605 y 1606. Las instrucciones eran claras, representar la Dormición de la Virgen acorde con la iconografía tradicional; así que hizo lo que mejor sabía hacer: lo que le daba la gana.
El lienzo muestra una estancia ruinosa y oscura (hay que recordar que Caravaggio es el padre del tenebrismo), únicamente iluminada por un foco de luz que va a parar al rostro de la Virgen yacente. Ésta se encuentra en el centro de la estancia sobre unas tablas de madera y un colchón de paja, con el vientre hinchado, el rostro pálido y los pies desnudos y amoratados. Según la leyenda, la Virgen muestra este aspecto debido a que el pintor empleó como modelo a una cortesana ahogada en el río Tíber, aunque no se sabe con certeza si es cierto o una invención de alguno de los enemigos que Caravaggio tenía en Roma, que no eran pocos.
A su alrededor se encuentran los apóstoles entre visibles muestras de dolor y María Magdalena, que se tapa el rostro, dejando al espectador imaginar su expresión de profundo desconsuelo. Caravaggio pretende por tanto dotar del realismo típico de sus obras a una escena que hasta ese momento había sido siempre solemne e idílica, dotándola de aflicción y desesperanza por la pérdida de tan importante figura.
Una vez terminada la obra, los carmelitas de la Iglesia la rechazaron per essere stata spropositata di lascivia e di decoro.
Es decir, que no les hizo ninguna gracia que Caravaggio pintase a la difunta Virgen como un personaje vulgar, tirada sobre unas tablas de cualquier forma.
Lo que para la doctrina eclesial era oscena eresia, para contemporáneos suyos como Rubens era una auténtica genialidad. El pintor flamenco convenció al Duque de Mantua para comprar el rechazado lienzo, que, tras pasar por distintos propietarios, llegó al Museo del Louvre, donde reside actualmente.