La muñeca abandonada
De niña a mujer.
Un juguete abandonado es una evidente metáfora del paso a la madurez, de una infancia que se acaba, y aquí Suzanne Valadon nos pinta una escena íntima en la que una niña abandona a su muñeca y da su primer paso para convertirse en una adulta, es decir, una persona absolutamente estúpida y mediocre.
Valadon retrata a (suponemos) una madre, sentada en una cama y secando con una toalla a su hija desnuda. A la niña le da igual, en ese momento sólo le interesa mirarse en el espejo con el típico ensimismamiento adolescente. Lleva un lazo rosa que hace juego con el de su pobre muñeca, abandonada en el suelo y símbolo de la infancia perdida que será inevitablemente olvidada.
Es un momento de transición, clave para el desarrollo de todo niño o niña. Sin embargo no deja de ser triste y violento, aunque esperanzador: la niña empieza a ser libre, se empieza a ver a sí misma.
La artista francesa pinta esta escena con su maravilloso estilo: colores vivos, contorneado, patrones textiles y anatomías distorsionadas a propósito. Los desnudos de Valadon son sensacionales, y recordemos que cuando empezó a pintar, no estaba bien visto que una mujer pintara desnudos femeninos. Los masculinos ya era impensable… Suzanne Valadon pintó ambos.
Aquí la artista desafía esa convención de un cuerpo femenino pasivo y sexualizado, reservado para hombres que los pintaban como objetos: sin edad, bellos, seductores, pasivos y vulnerables. El desnudo adolescente que veis (algo ya super-moderno) no es idealizado, como es habitual en los desnudos de Valadon, y es además activo. La niña se retuerce y nos da la espalda a los espectadores en un acto de rebeldía sorprendente para una escena doméstica de la época.
Suzanne Valadon, dama de Montmatre
Estamos hablando de una de las artistas más fascinantes del siglo XX, que si llega a nacer hombre sería una post-impresionista titular. Hija de una lavandera viuda, empezó a trabajar a los 11 años e hizo de todo, incluido acróbata en el circo. Su belleza hizo que los pintores quisieran usarla como modelo, y así Suzanne sale en cuadros de Degas, Puvis de Chavannes, Renoir, Lautrec y demás artistas franceses de la época. En realidad la artista se llamaba Marie-Clémentine Valade, pero fue apodada Suzanne por hallarse siempre rodeada de viejos.
Pero mientras modelaba, además de labrarse ilustres amistades (y algo más a veces ya que se acostaba con quien le apetecía), aprendió los rudimentos del oficio de la pintura y se hizo poco a poco con un nombre, apoyada por sus numerosos amigos en el mundo del arte.
Suzanne tenía talento, como podemos comprobar en el cuadro, desde luego mucho más que algunos de sus colegas. Y tuvo la suerte de tener un merecido éxito en vida y salir a flote económicamente ella sola. Así pudo alimentar a su hijo de padre desconocido (el futuro pintor Miquel Utrillo) y también darle de comer el mejor caviar a sus gatos todos los viernes.
Libre, Suzanne Valadon ejemplifica la mujer que se sale de los límites establecidos en un mundo del arte dominado exclusivamente por los hombres. Y con la cabeza bien alta.