La Torre de Babel
Y caerás, no importa donde estés, sobre las ruinas de la Torre de Babel.
Bruegel, artista que inaugura el Renacimiento del norte de Europa, y considerado el pintor holandés más influyente de todo el siglo XVI, nos dejó un interesante catálogo pictórico. Sus obras, normalmente de género paisajístico, siguen siempre unas mismas pautas: amplias panorámicas y una perspectiva muy alta.
Características que se cumplen en esta tabla sobre la emblemática Torre de Babel, aquella edificación mencionada en la Biblia, construida con el propósito de llegar hasta el cielo, tan alta que Dios se enfadó por la osadía de los mortales, ¡se atrevían a intentar alcanzarlo, a él! Como castigo por este ultraje, obligó a aquellos que habitaban la torre a abandonarla de inmediato, y provocó que hablaran diferentes lenguas, para así no entenderse entre ellos.
La imponente Torre de Babel cuenta con una estructura que nos resulta familiar. En efecto, su forma y múltiples arcos son una reminiscencia del Coliseo. Sabemos que se encuentra en plena construcción gracias a la minuciosidad tan característica de Bruegel: encontramos pequeñas grúas y andamios, elementos típicos de obras. O la zona superior de la torre, que está inacabada, y pintada de un tono más intenso. El desentendimiento debido al idioma entre los constructores, o tal vez la falta de conocimientos estructurales provocan que la torre quede totalmente desigual, si nos fijamos con detalle veremos como resultado una construcción endeble, que peligra con desmoronarse: pisos de arriba acabados incluso antes que los de abajo, los cuales deberían sostener a estos, pues son los cimientos de la edificación. El conjunto forma una torre que asciende en espiral, sin generar sensación de seguridad.
A primer término sitúa algunos personajes, el rey Nimrod, descendiente de Noé, y algunos trabajadores que se apresuran a lanzar reverencias y súplicas al monarca, que no debe estar muy contento al contemplar cómo avanzan sus obras.
El tema de la Torre ya se había desarrollado a lo largo de la Edad Media. En el Renacimiento, sin embargo, a partir del siglo XVI, comienza a interpretarse de manera distinta, simbolizando el peligro del orgullo humano, que jamás debería subestimar o equipararse al poder divino (después siempre hay consecuencias…).