Labor de costura
La mujer en el Japón del tardío siglo XVIII.
Aunque frecuentemente podemos asociar las estampas ukiyo-e a un lenguaje que entre otras cosas se caracteriza por una aguda sensibilidad a la hora de retratar los aspectos más transitorios de la existencia, es justo señalar que pocos artistas dentro de esta singular corriente artística han logrado una capacidad de observación comparable a la de Kitagawa Utamaro, sobre todo en lo que atañe al retrato de lo que significa ser mujer en el Japón del tardío siglo XVIII. Se trata no obstante de una situación curiosa si nos fijamos en la visión idealizada del sexo femenino (según los cánones de la época) que nos brinda frecuentemente este artista. He ahí una de las interesantes paradojas que rodean la obra de Utamaro.
Dotado de muchos lenguajes y registros, de entre su ya ingente obra las xilografías dedicadas a la mujer constituyen quizás la producción de mayor volumen. Este caso en concreto (la lámina izquierda de un tríptico llamado Labor de costura) podría considerarse una obra canónica en el Utamaro que ya ha alcanzado el estatus de maestro, pues los elementos arquetípicos de su hacer están ya todos presentes. En esta composición contemplamos a una dama en una situación de lo más cotidiana; se halla examinando el haori de seda realizado por la que probablemente sea su hija. Recordemos que la sociedad japonesa del período Edo (1603–1868) gozaba de un cierto estatus de bienestar civil. Esto significaba en muchos casos disponer de tiempo libre y poder formarse en menesteres de relativo refinamiento, algo impensable tan solo unos pocos siglos antes, en el Japón de la guerra perpetua. Para las jóvenes, en concreto, la costura era una actividad que se consideraba necesaria para el matrimonio. Esta labor podían aprenderla de las madres, las abuelas, las matronas o en talleres especializados dentro de determinados templos.
En esta composición Utamaro sabe captar la severidad, la dulzura, la tibieza y el juicio terrible. La seda transparente —y Kitagawa exhibe aquí uno de sus mejores momentos en la técnica xilográfica— no debe presentar ninguna rasgadura. El niño con el abanico empieza a ponerse nervioso y la madre debe contenerlo sin descuidar el objeto de su atención presente (se conoce que la conciliación laboral era un concepto tan desconocido entonces como lo es ahora). El rostro níveo y los brazos blancos de la dama conectan este momento del mundo flotante con la eternidad, creando un subtexto que trabaja a dos niveles y se revela sin dificultad ninguna ante el espectador. Ante el pecado capital de Occidente de construir constantemente desde la luz, Utamaro se nos presenta como el ejemplo perfecto de un lenguaje expresivo que levanta su discurso desde la sombra.