Las báquides
Pintura sibilina.
Dos adivinas de la Antigua Grecia destripan un ave para ver el futuro en sus entrañas mientras sufren una especie de éxtasis profético. La sacerdotisa vieja está iniciando a la joven, que parece un poco asustada con el sangriento ritual o quizás está viendo la que se le avecina al mundo en los siglo venideros.
Cuando apenas había mujeres pintando, y las que había solo pintaban retratos o escenas domésticas de pequeño formato, Dodson era ya una artista especializada en pintura histórica que de vez en cuando ilustraba también la Biblia o la mitología clásica y se podía permitir el lujo de pintar lo que le interesaba: temas arcanos y figuras semidesnudas en poses inusuales.
Cuando presentó este enorme lienzo en el Salón de París de 1883 estaba más cerca de la vieja sibila que de la joven. Había luchado por llegar ahí, pero su talento hablaba por sí solo. Respetada y admirada como una de las artistas norteamericanas más importantes de la época, no recibió más que elogios por su técnica, que fue descrita —con un poco pollaviejismo, todo hay que decirlo— como viril en color y dibujo, poderosa sin exageración, masculina sin esfuerzo.
Este lienzo se convirtió en la obra más conocida de la artista, una americana en París que pudo vivir muy bien de la pintura pintando temas impropios de una señorita.