Luchador de sumo
Occidente se infecta de Japón.
La fascinación de Occidente por Japón viene de lejos. Por ejemplo, en el siglo XIX, cuando por varios motivos llegaron a París las estampas que hacían los artistas japoneses, el arte cambió drásticamente.
La modernidad y la frescura de estos artefactos artísticos llamados Ukiyo-e no tenían precedentes en el arte occidental y los jóvenes artistas europeos no pudieron ignorar esos nuevos diseños, nuevas composiciones, nuevo uso de la línea y el color…
Sin embargo, el grabado japonés tenía una tradición antigua en su lugar de origen, aunque cierto es que estaba siendo renovada durante el período Edo y la era Meiji por artistas como Toyohara Kunichika, que es el autor al que se le atribuye la expresiva imagen que veis en vuestras pantallas.
Kunichika era una gran estrella internacional a finales del siglo XIX, precisamente gracias a los jóvenes artistas occidentales. Esas imágenes creadas por él eran totalmente inéditas. Para un joven artista con siglos de tradición en su mochila, ver algo de Kunichika era como ver algo creado por un extraterrestre.
Toyohara Kunichika se especializó en escenas del teatro kabuki (expresivo maquillaje a lo KISS, composiciones marcianas…), aunque en este caso es un luchador de sumo que sostiene una «tawara» (una bolsa de paja llena arroz), y con ojos enloquecidos está a punto de lanzarla a su oponente.
Podemos apreciar perfectamente el uso del color típico de Kunichika, con sus característicos rojos fuertes.