
Lucrecia Borgia reina en el Vaticano en ausencia del Papa Alejandro VI
Escándalo en el Vaticano.
En esta obra, Cowper recrea un suceso que provocó un gran escándalo en el Vaticano. Sucedió el año 1501, cuando Lucrecia Borgia, hija ilegítima del que era en aquel momento el papa Alejandro VI, ocupó el lugar de su padre en una reunión por la ausencia de éste.
Evidentemente, el pintor no fue testigo de semejante suceso, pero se lo imagina de una manera extraordinaria, y nos hace partícipes a nosotros (todos sus espectadores) de cómo, según él, debieron producirse los hechos.
Además, como muchos otros artistas tuvo la oportunidad de visitar Roma, y por supuesto el Vaticano, donde accedió a las maravillosas estancias y el espacio de la pintura está basado en uno de aquellos que contempló, decorado por un artista renacentista llamado Pinturicchio, que Cowper copió para su obra y también observó con detalle los retratos de los cardenales de la época, usando sus rostros en los personajes de su composición.
El centro de la escena lo ocupa la protagonista: Lucrecia Borgia, subida al pedestal y ocupando el trono. Su rostro y cabello es muy similar a otra joven y bella mujer que pinta el artista, la obra con el título de Vanidad. A los lados, se encuentran dos nobles, que separan por cada lado la capa de la joven y el vestido para que sus pies queden al descubierto y uno de los cardenales se inclina para besarle el zapato.
Fijaos en las reacciones de los cardenales, que son de lo más variadas: algunos (los más conservadores y por lo general mayores) parecen escandalizados ante lo que acontece, sorprendidos es poco. Mientras que otros, como uno más joven en la esquina izquierda parece estar pasándolo en bomba mientras señala la escena y la comenta con otro compañero, sentado a su lado.
Además, si vamos a la parte técnica, Cowper acierta por completo con la gama colorística, donde predominan los tonos rojizos, y generan el contraste de las túnicas cardenalicias con el vestido claro de Lucrecia.
A día de hoy esta anécdota sigue resultando fascinante: una mujer sustituyendo al mismísimo Papa, y no una mujer cualquiera, sino sangre de su sangre, su hija ilegítima, que aunque no pudiera realizar ningún acto litúrgico en ausencia de su padre, sí tenía el mando para las decisiones diplomáticas si era necesario.