Madonna
Una Virgen muy poco virgen.
Esta obra de Munch, contemporánea de su famoso Grito, está caracterizada por pinceladas mucho más suaves y colores atenuados donde representa a la Virgen María de una manera que hasta ese momento, jamás se había mostrado. Atrás queda la imagen casta y pura de las pinturas que se habían producido desde el naturalismo en la era del Renacimiento hasta el característico realismo, ya en el siglo XIX, donde Edvard plasma a este icono de la religión, figura de las más reproducidas en la historia del arte.
La imagen, de una sensualidad manifiesta, con los ojos cerrados y que al mismo tiempo evoca una cierta ternura latente en su rostro, parece estar envuelta en una sensación orgásmica que se deduce también de su cuerpo levemente contorsionado e inclinado hacia una luz que parece envolverla como una ola de placer en tonos de colores cálidos. Un éxtasis explícito dentro de la calma que reina en el cuadro. Ya veamos en ella una imagen de sometimiento, pues parece que nuestro punto de vista es el del hombre que le hace el amor, o bien la imagen de una moderna femme fatale, es probable que estuviese inspirada en Dagny Juel-Przybyszewska, escritora y modelo amiga del pintor, elegida quizá como ideal de belleza para él.
A pesar de las obsesiones religiosas de su padre y de no ser del todo religioso, el pintor nos habla en este retrato, quizá una lectura modernista de la Inmaculada Concepción, de sus dudas espirituales y muestra a esta virgen con un halo rojo que rodea su cabeza, dualidad entre placer y dolor, en vez del característico blanco o dorado con el que se representa a las figuras típicamente religiosas, desmarcándose así de un significado de pureza.
Existen varias versiones de este cuadro, todas ellas realizadas entre 1894 y 1895 en óleo sobre lienzo y también grabados. La que se expone en el Museo Munch fue robado junto con El grito en 2004 y afortunadamente para los amantes del arte, recuperada dos años más tarde.