Doble retrato

Abajo a la izquierda firma Munch este doble retrato con aire abocetado en el que el óleo llega a parecer acuarela.

Ya consagrado, el gurú del expresionismo vive en el año 1918 una vida de plácida pre-jubilación pese a seguir rodeado de fantasmas. Pasa sus días prácticamente retirado del mundo en su casa de los fiordos, aunque no deja de pintar.

Enfermo crónico, bebedor compulsivo, Munch es todavía es consciente de que los pinceles son un arma. Y también son un altavoz de lo que necesita decir el alma.

Aquí pinta a dos mujeres que podrían ser cualquiera de sus modelos habituales (Rosa Meissner, Birgit Prestøe…) o alguna de sus varias amantes (después de todo, Munch era considerado «el hombre más apuesto de Noruega…»).

Lo cierto es que su relación con las mujeres fue bastante conflictiva. Para empezar, se quedó traumatizado por la muerte temprana de su madre y de su hermana a causa de la tuberculosis, algo que tuvo que marcar profundamente al artista. Después su otra hermana sería ingresada en un psiquiátrico a causa de la esquizofrenia…

Parecía una maldición eso de perder a sus mujeres más queridas.

Con 21 años, Munch escribió: «La mujer es una criatura adorable, creo que en el futuro solo pintaré mujeres». Alrededor de los 30, ya pintaba cosas como «La asesina», «La mujer vampiro» o «El pecado». Algo debió pasar en esos años.

Aún así no dejó para nada de mantener relaciones (incluso con alguna que otra mujer casada), pero a veces tuvo serios problemas como cuando su stalker Tulla Larsen lo siguió por todo el país e incluso se fue a vivir a una casa a su lado. La cosa acabaría como el rosario de la aurora cuando una noche, en la que no se sabe muy bien que sucedió, Munch se voló el dedo con un revolver.

En su obra retrata a las mujeres a veces como vampiras, otras como santas. Deducimos que en este «Retrato doble» no se muestra ni una ni otra iconografía, sino que parece un estudio o simplemente uno de esos cuadros que pintaba Munch por el simple placer de pintar.