Miranda en La Carraca
La Venezuela del XIX.
El cuadro no deja esperanza al personaje. No entra un rayo de luz por la ventana, que tampoco hay, ni se asoma una alimaña que visite al solitario prisionero. Francisco de Miranda, el soldado de la Revolución Americana, el mariscal de la Revolución Francesa, el Generalísimo que dirigió la Primera República de Venezuela, va a morir en esta cárcel.
Aunque vestido como quien espera escapar en cualquier momento, la única libertad a la que puede acceder, tal como está compuesta la obra, proviene de los libros que tiene ordenados junto a su camastro. El que ha estado leyendo antes de poner el puño derecho bajo la quijada parece ir a ganarle terreno a la cadena que cuelga a la izquierda. La argolla, sin embargo, aparece a mayor altura que la cabeza del héroe, señal de que su guerra contra el imperio español apenas comienza.
No expresa emoción alguna en su rostro, ni siquiera parece aburrido, pero las arrugas de su frente y los cabellos blancos son como metáforas de una larga vida de lucha y aventuras.
Al contrario de Miranda, Arturo Michelena, el autor del retrato, murió joven, dos años después de pintarlo. Tiene 33 en 1896, cuando gana con este cuadro el concurso del gobierno por el octagésimo aniversario de la muerte de Miranda. La legendaria oscuridad de La Carraca, sin duda, ofrece al romántico Michelena el escenario ideal para representar la postrera derrota de Miranda, y la simbología asfixiante de la obra transcribe fielmente la época dolorosa que vive Venezuela durante la Guerra de Independencia.
Su seguidilla de premios en Francia y obras como Miranda en La Carraca convirtieron a Michelena en una de las cuatro o cinco figuras indiscutibles de la historia del arte venezolano del siglo XIX.