Mujer sentada con Sombrero-Pescado
Cubismo surrealista
Sentada en una silla negra y gris encontramos a la mujer del sombrero de pez. Su figura, compuesta por planos que se entrecruzan y entrecortan, está delimitada por el grueso impasto que el frenesí de las pinceladas del genio malagueño creó sobre el lienzo.
De mirada serena a la vez que inquietante, la mujer sostiene sobre su cabeza un bodegón que mezcla la mar y la tierra: un pescado, azul como su pecho y sus brazos, y un limón, amarillo como la tela que cubre su cuello y sus muñecas. La idea, surrealista, la ejecución, cubista.
Las manos reposan serenas sobre su regazo. Sin embargo calma es lo último que transmite la mujer. Su rostro y su mirada desconciertan. La mitad derecha de su cara es gris y el ojo de este lado aparta su mirada melancólica. La mitad opuesta del rostro es más oscura y su almendrado ojo izquierdo mira con intensidad al frente, a nosotros. Sobre la mejilla izquierda parece haber una herida, que sangra pinceladas rojas. Bajo esta, los labios esbozan una mueca angustiosa.
Todo parece contradecirse en esta composición: mar y tierra, cubista y surrealista, de frente y de perfil, calma y angustia… ¿Qué nos quieres decir, dama del sombrero de pez?
En la esquina superior izquierda, justo debajo de la reconocible firma del pintor, se esconde la siguiente fecha: 19–04–1942. El día en el que Picasso decidió firmar este cuadro, Europa llevaba dos años y ocho meses sumida en una guerra en la que se producirían algunos de los actos más inhumanos que la historia jamás ha visto: la deportación de miles de judíos a campos de concentración o los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki son tal vez los ejemplos más notorios.
Tendiendo en cuenta los dramáticos acontecimientos de los que esta mujer fue testigo, no es de extrañar, pues, que la mitad derecha de su cara, de color más claro, decida ignorar el presente y evadirse en el interior del marco que la contiene y protege. Por el contrario, la mitad más oscura de su rostro, marcada con una herida sangrante, mira horrorizada hacia fuera del cuadro, hacia un presente descorazonador que se materializa entre la crueldad y la sinrazón que caracterizaron aquellos desafortunados años de la Segunda Guerra Mundial.