Mujeres en la ventana
No era normal en la época que una dama decente sonriera descaradamente en la ventana.
Nada es lo que parece.
Parecía que Bartolomé Esteban Murillo era sólo ese pintor de almanaques y cajas de membrillo, de estampitas de Inmaculadas, ese abanderado del nacionalcatolicismo más rancio, y resulta que fue muchísimo más: fue el pintor de los bajos fondos sevillanos, el que pintaba a los niños pobres quitándose las pulgas o comiéndose un melón, el que retrataba sin vergüenza alguna lo más profano, incluidas casas de prostitución de su ciudad siglos antes de que osara hacerlo cualquier impresionista.
Murillo siempre fue audaz, y hace no sólo que empaticemos, sino que nos creamos sus trampas al parecer espontáneas, que traguemos el anzuelo de esta especie de trampantojo barroco en la que la pintura continúa más allá del lienzo. ¿Qué mejor que una ventana…? Es la conexión entre interior y exterior, entre público y privado… o entre arte y realidad…
Aquí dos mujeres nos miran con rostros sonrientes. La joven se apoya en el alféizar de la ventana, y la más mayor se tapa. De esas penumbras parece que salen fuera estas dos figuras femeninas y llegan a nuestro espacio real.
Algunos llamaron a esta obra “Las gallegas”, dos mujeres de la entonces pobre y miserable Galicia que se van a Sevilla a trabajar como putas. De ahí tanta flor, o eso de sonreírle a los viandantes o enseñar semejante escote, que hoy parece un chiste, pero hace no muchos años era motivo de marcaje con letra escarlata. (Ahí va un refrán del siglo de Oro: Moza que se asoma a la ventana cada rato, quiérese vender barato.)
Nada es lo que parece. Efectivamente, 400 años después de pintado el cuadro, estas dos mujeres en la ventana, igual de jóvenes, igual de modernas y frescas, se ríen de nosotros. Se ríen de una moral tan poco evolucionada en cientos de años. Se siguen riendo de que un viandante tenga que llegar a pagar por el cariño -o sucedaneo- de otro ser humano, de que una mujer no pueda salir a la ventana (o a la puerta, o al tejado si hace falta, con el culo al aire…), o quizás se ríen de que pensemos que Murillo era sólo pintor de vírgenes.