Cuatro figuras en un escalón
¡Menuda obra! Abierta a todo tipo de escalofriantes interpretaciones.
Todo el mundo relaciona a Murillo con sus fantásticos cuadros religiosos, pero su obra costumbrista y profana no tiene nada que envidiarle al resto de su producción. Son pinturas hipnotizantes, misteriosas, sorprendentes, futuristas…
De hecho, escenas de género raras e inusuales como esta, no tienen ningún precedente real en el arte español. La pintura mostrando la vida callejera de aquel fascinante siglo XVII sevillano desafía las interpretaciones simples. Porque… ¿qué demonios estamos viendo aquí…?
No cabe duda de que hay cierta sordidez en la escena. Transmite algo inquietante. Estas cuatro figuras rodeadas de oscuridad muestran todo tipo de gestos y nos miran a los ojos directamente. El joven se ríe, la chica a su lado esboza un guiño mientras levanta la bufanda sobre su cabeza (aludiendo a la fidelidad matrimonial… o la falta de ella), y la vieja, que podemos identificar como una alcahueta por sus gafas y pañuelo, sostiene la cabeza de un niño cuyos pantalones rotos casi enseñan sin pudor un culo.
Muchos creen que estamos ante una simple reunión familiar, con la vieja está despiojando al niño (muchos cuadros de Murillo tratan este tema). Sus hijos observan lo que ocurre en la calle, y de pronto alguien cae al suelo. El chico se ríe, su hermana le dice que no se pase y la madre que despioja al niño mira la caída preocupada.
Puede ser… pero ahí va otra opinión, mucho más sórdida:
Estamos en un burdel (una ciudad tan enorme como Sevilla contaba con muchos y variados locales de este tipo) y vemos a la madre propietaria, la hija prostituta (el gesto y cómo se saca el pañuelo muestra iconográficamente a una mujer de este oficio) y el rufián de ésta. El niño sería un desdichado aprendiz que le tocó vivir en este sórdido lugar. Pero… ¿a que parece que el niño está muerto, o al menos herido…? No cabe duda de que ese pantalón roto por ese mismo sitio da para pensar cosas terribles. Visto así, las risas de estas figuras son aún más terroríficas. Murillo retrata a monstruos cometiendo infames prácticas que nos miran, desafiándonos con la degradación moral que estamos viendo.
Una interpretación extraña conociendo al muy religioso autor, pero válida si analizamos con detenimiento la oscura escena. Las pinturas de Murillo unen el drama oscuro y la simplicidad ascética de los artistas barrocos tempranos de España, un país en plena crisis económica y moral, llena de huérfanos en peligro de caer en las garras de monstruos desalmados.
Es lo que tiene el barroco. Juega con nosotros, magnifica la cruda realidad, nos enseña, nos engaña…