Vieja friendo huevos
Una obra maestra de la etapa sevillana de Velázquez.
Velázquez, con 19 añitos, nos presenta El bodegón: Una cocina iluminada con fondo en penumbra (ahí no se puede negar la influencia de Caravaggio en el sevillano…) y dos figuras de clase popular (joven y vieja, muy distintos de los reyes y dioses que pintaría después), pero sobre todo una sucesión de objetos que maravillan por su singularidad.
Cada objeto del cuadro tiene sus distintas texturas, matices y esencias… Cada uno su vida propia.
El genio de la pintura tiene incluso el detalle de distorsionar un poco la perspectiva para que veamos lo que hay sobre la mesa (y eso en el barroco no era lo habitual precisamente).
Hasta esos huevos friéndose (o cociéndose, o escalfándose… todavía no hay una sesuda y definitiva teoría al respecto) parecen estar vivos dentro del cuadro: logra mostrar el proceso de cambio por el cual la transparente clara del huevo crudo se va tornando opaca al cuajarse.
(Según palabras de Giles Knox, de la Universidad de Indiana)
Las personas del cuadro casi parecen también objetos. Lo digo porque parecen haberse quedado inmovilizados, y Velázquez los trata con el mismo distanciamiento y objetividad que a la cebolla o al cesto colgando del techo.
Lo cierto es que Velázquez estaba un poco enfadado porque el género del bodegón era desdeñado por los teóricos en esos años precisamente por carecer de «asunto» (el más bajo escalón del arte…, decían), así que el pintor quiso dignificarlo de esta impresionante manera. Y conociendo a Veláquez es más que seguro que este cuadro tiene «asunto», y de los gordos.
Llegada de «Vieja friendo huevos» a Edimburgo
El porqué «Vieja friendo huevos» está hoy en Edimburgo se debe a que el pintor David Wilkie lo compró casi como una baratija en la Sevilla de 1827 y lo vendería en Londres por 40 libras. Tras pasar por las manos de varios viejos y acartonados millonarios británicos, la National Gallery compraría la obra por 57.000 libras en 1955.
Hoy su valor es incalculable.