Mercurio y Argos
Velázquez humanizaba lo divino.
Esta es la historia de un drama de amor narrada por el poeta Ovidio en su libro Las Metamorfosis. Cuenta la historia, que el dios supremo Júpiter tenía una amante llamada Ío, a la que quería con pasión y por ello su esposa Juno, estaba tremendamente celosa. Temeroso de la ira de su mujer, Júpiter decide convertir a su amante en ternera blanca para protegerla pero Juno descubre el ardid y astutamente consigue convencer a Júpiter de regalarle la ternera. Con la ternera en su poder, la esposa decide confinar a la amante al cuidado de Argos, un gigante de cien ojos que nunca duerme, puesto que alguno de sus ojos siempre permanece abierto.
Al enterarse, Júpiter entra en cólera y decide enviar a Mercurio, el mensajero de los dioses, para que con el sonido de su siringa duerma al gigante y le dé muerte con el propósito de liberar a la amante. Cuando Juno decide ir a ver como iba el asunto, se encuentra al gigante Argos muerto. Acongojada por la pérdida de su fiel servidor, la diosa recoge los cien ojos de Argos y los coloca con delicadeza, uno por uno, en la cola del pavo real, su animal favorito.
En la obra, Velázquez retrata de esta historia, el momento en que Mercurio sigiloso se dispone a dar muerte a un gigante humanizado y ya adormecido por el sonido de su flauta, a sus espaldas vemos a la ternera Ío, en un paisaje reducido, en el que los personajes ocupan la mayor parte del espacio.
Puesto que los temas mitológicos tuvieron un importante auge en época barroca, el episodio de Mercurio y Argos, fue representado por varios artistas como Rubens y tuvo diversas versiones. El caso es que la versión de Velázquez difiere en varios aspectos de los demás artistas, confiriendo su visión naturalista tanto al momento elegido (el previo a la acción) como al tratamiento menos heroico del tema (no hay enfrentamiento entre los personajes); si bien mantiene los atributos clásicos del mito como por ejemplo el casco alado de Mercurio o la propia Ío en forma de ternera.
Velázquez siempre se interesó por representar los dioses mitológicos como personas de rasgos comunes, humanizó sus representaciones y trató de escenificar los temas en espacios naturales sin idealizaciones o apologías heroicas. Esta manera de representar los temas de la mitología alcanzaron con Velázquez una expresividad y emoción sin parangón, otorgando un punto de vista cercano, comprensible y cotidiano al tema mitológico.
Aún así, el conocimiento y estudio que tenía el maestro Velázquez, “el pintor de pintores” como le calificó Manet, de los modelos clásicos, se ven claramente reflejados en este lienzo, resulta llamativa la similitud en el personaje de Argos a modelos de inspiración clásica como el Galo moribundo (Musei Capitolini, Roma).
Este lienzo formaba parte de una serie de cuatro obras, todas relacionadas con asuntos mitológicos y realizadas por Velázquez, pintor-decorador de la corte española. Fueron realizados para el salón de espejos del Alcázar de Madrid, en 1734 un incendio devastó el palacio y de los cuatro lienzos sólo se salvó éste. En el contexto de la corte, el tema constituía una alegoría de la debilidad de la razón representada por Argos, frente al deleite carnal personificado en Mercurio. La virtud de la razón del estado fue encomiado como argumento del programa de propaganda política en la corte de Felipe IV.