Los tres músicos
Una de las primeras obras de Velázquez
Se llamaba Diego Velázquez, un chaval de 17 años. La corte de Madrid quedaba lejos todavía. Estaba en Sevilla, que entonces era la ciudad más rica, cosmopolita y poblada de España, y aprendía pintura en el taller de Francisco Pacheco. De orígenes humildes, se las daba a veces de hidalgo. Quizás le obsesionaba su pasado noble. Además de moler pigmentos y tensar lienzos para su maestro, le echaría el ojo a su hija Juana, con la que se casaría poco después y con la que permanecería 40 años.
En esa época debió absorber el arte que se hacía en Italia, ya que Sevilla estaba llena de italianos y flamencos, y con esa nueva forma de pintar realizó no pocas pinturas de género con bodegones, como esta, una de las primeras obras conservadas de Velázquez.
En una oscura habitación, tres músicos (y un mono) se disponen alrededor de una mesa. Uno de ellos, el más joven, sonríe y nos mira. También lo hace el simio. Es un recurso barroco para meternos en el cuadro.
Barroca es también la estimulación de los sentidos que hay en el lienzo: oído, tacto, gusto y olfato se unen a la vista para hacer una especie de representación alegórica de los sentidos.
Velázquez todavía estaba aprendiendo. La luz es extraña, la composición titubeante. Pero ya podemos hacernos una idea de que este joven de 17 años daría mucho que hablar en el futuro.