Niños comiendo uvas y melón
Murillo consigue retratar lo mejor del ser humano.
Sevilla, Siglo XVII. España era la principal potencia mundial, y la ciudad una de las más importantes a nivel comercial. Sin embargo buena parte de la población sevillana vivía una época de brutal crisis económica unida a varias pestes y hambrunas. Aún así, ligada a esta crisis había —como suele pasar— un enorme esplendor cultural. Nada menos que el llamado Siglo de Oro español, que parió a las cabezas más privilegiadas de las artes y las letras del país.
Por la ciudad abundaban mendigos, en su mayoría niños huérfanos que intentaban sobrevivir a las adversidades. Murillo, pintor religioso, tenía otra vertiente en la que retrató magistralmente y de forma muy naturalista los tiempos muertos de estos niños, mientras comían o jugaban. Sin ocultar la miseria en la que vivían las criaturas el pintor mostraba un lado amable que rebosa humanidad. Lo mejor del ser humano.
Tenemos aquí un excelente ejemplo: Vestidos con harapos, dos niños disfrutan de unas deliciosas frutas, quizás robadas, que saben más ricas. Nótese la roña en la planta de los pies de ese naturalismo propio del barroco, que podemos ver también en la cesta de frutas de la izquierda, una naturaleza muerta en toda regla.
Barroca es también la iluminación, plena de claroscuros, que casi siempre en esa época proviene del lado superior izquierdo.