Pompas de jabón
La belleza de la fugacidad.
Nunca la fugacidad de la vida estuvo tan bien ejemplificada como en un niño soplando unas pompas de jabón mientras otro lo mira con curiosidad. La vida dura poco, es muy frágil, se va flotando lentamente y en su rebaladiza forma puede tener la inocencia y la crueldad que puede llegar a tener un niño.
El trabajo de Jean-Baptiste-Siméon Chardin atrajo la atención del público justo cuando se estaba produciendo una reacción al elaborado estilo del arte rococó. La ilustración estaba llegando. Era tan bueno el artista que hasta fue admitido en la Real Academia Francesa pese a ser un vulgar pintor de bodegones. Pero Chardin no sólo pintaba esas maravillosas naturalezas muertas. Era también un experto en mostrar escenas de género y cuadros costumbristas como el que tenéis en vuestras pantallas para mostrar los más elevados conceptos.
Pompas de jabón es un ejemplo perfecto. Además de mostrar los materiales, las texturas, los brillos y las sombras de los objetos como nos tiene acostumbrados, el pintor aprovecha para presentarnos una ventana que encuadra la escena de composición armoniosamente piramidal y nos muestra a un joven soplando una burbuja, esa perfecta esfera, para mostrar un pasatiempo efímero como metáfora de la naturaleza transitoria de la vida.