El mono pintor
Un artista es sólo un artista.
Mucho antes de los perros jugando al póquer de Coolidge existió en Europa una extraña moda pictórica: el género del singerie, o lo que es lo mismo, monos actuando como humanos. Unas risas, vaya.
Jean Siméon Chardin, el gran maestro del bodegón francés, también se metió en esto (sus amadas naturalezas muertas al parecer no daban ni prestigio ni dinero) y realizó unos cuantos cuadros de simios actuando como anticuarios, poetas, y por supuesto pintores.
Así podía hacer una ingeniosa alegoría de la pintura, que no es más que el arte de copiar como un mono a la naturaleza; o quizás más probablemente una alegoría del artista, que copia como un mono al imitador. Y por supuesto aprovechar para meter alguna naturalecilla muerta como la de la derecha…
Lo cierto es que un tipo humilde como Chardin conoció en su trabajo a los artistas más arrogantes y petardos del rococó, pintorzuelos que no le llegaban ni a la suela de los zapatos que se lo tenían muy subidito, pero educado como era decidió retratar a la flor y nata de su oficio con este simpático mono pintor en plena faena creativa. Su mirada burlona lo dice todo.
Así Chardin hace un poco de autocrítica a una de las profesiones más sobrevaloradas de la historia: la de artista, entre la que aprovechándose de ignorancia, desidia, incompetencia o amistades, se cuelan a veces los seres más impresentables del mundillo creativo. Eso pasa también con un fontanero, aunque cierto es que se detecta mucho mejor al caradura de turno.
Y en el arte, por supuesto, hay y habrá, quien todavía puede ver como esta gente hace el ridículo. Uno de ellos, Chardin, «ese que sólo hacía bodegones… pobre…»