Ondina
Cowabunga!
Esta pelirroja se baña desnuda en el mar enfurecido de Pont-Aven, el Finisterre francés, todo un canto a la naturaleza salvaje, también la del ser humano, que según Gauguin debía vivir de manera deshinibida, volver a adentrase sin miedos en la naturaleza primitiva. Y eso incluía adentrarse en sus emociones, sus instintos, lejos de la castradora civilización occidental, tan llena de prejuicios, dogmas y normas absurdas.
Así acabaría Gauguin en la Polinesia pocos años después, buscando ese paraíso terrenal que nunca encontraría, pero en 1889 todavía vivía en la Bretaña, también primitiva, pero mucho menos amable y calurosa. O al menos eso parece en este mar Salvaje, y así lo quiere mostrar Gauguin, con ese contraste casi violento entre verde del agua y el rojo de los cabellos de la chica. Dos colores complementarios que hacen vibrar al cuadro tanto como las olas del Mer celtique.
A esta Ondina, recordemos que era una especie de ninfa acuática muy utilizada en arte como excusa para mostrar chicha, se la presenta de espaldas, bastante descentrada en la composición, incluso Gauguin llega a cortarle un brazo, algo que el pintor tomó prestado de la fotografía y sobre todo de los ukiyo-e, el grabado japonés que tanto influyó en los post-impresionistas y por ende en el arte moderno.
Ondina se expondría en la mítica Exposición Volpini de 1889, en la que Gauguin y su séquito de admiradores no vendieron nada, pero en los que se exhibieron cuadros cuyo valor hoy evidentemente sería incalculable.