Pelirroja con blusa blanca
Otro retrato de Carmen.
Henri de Toulouse-Lautrec pinta otra vez a Carmen Gaudin, su musa de clase obrera, pelirroja y pálida, con un perpetuo flequillo tapándole media cara que incrementa el misterio y la fascinación. Una mujer que, al ocultar su rostro, representa a todas las mujeres, y a toda una clase social —la trabajadora—, que era la que realmente daba vida a la ciudad.
Lautrec era un pijo de clase alta que descubrió Montmartre, y se dio cuenta de que en ese ambiente marginal y bohemio su estatura no importaba tanto. Ahí pudo pintar la vida moderna que, como dijo Baudelaire, debe fijar por un lado lo fugitivo, lo contingente, y por otro lo eterno y lo inmutable.
El artista retrata a la pelirroja en un interior (quizás el taller donde trabajaba la chica, quizás su propio taller), con pequeñas y espontáneas pinceladas que le dan esa tosquedad tan lírica de las pinturas del maestro. Vemos como Lautrec pasa bastante del fondo, apenas abocetado, y se centra en Carmen y su blusa blanca.
Carmen era lavandera, que en la época era el oficio más bajo para una mujer, después de prostituta, pero Lautrec la dignifica a ella y a su oficio, y la hace motivo principal de una serie de pinturas que son verdaderas obras maestras atemporales y universales.