Naturaleza muerta. Pescado con cazuela de barro
Un Dalí pre-adolescente.
Catorce años tenía el chaval. Aunque claro, era Dalí. En esa época ya pintaba paisajes y naturalezas muertas para caerse de culo. De hecho, a los seis años ya había pintado un paisaje que se exhibe hoy en el Museo Dalí de San Petersburgo (Florida, USA).
A los seis años quería ser cocinero. A los siete quería ser Napoleón.
Mi ambición no ha hecho más que crecer; ahora sólo quiero ser Salvador Dalí y nada más. Por otra parte, esto es muy difícil, ya que, a medida que me acerco a Salvador Dalí, él se aleja de mí.
Con catorce, ya era el gran Dalí. Años antes conocido a Ramón Pitchot, pintor catalán amigo de la familia que frecuentaba los ambientes artísticos de París y que vio en Salvador a una joven promesa por pulir. Fue él quien aconsejó a los padres del niño que lo anotaran en clases de dibujo y así se pasó su pre-adolescencia Dalí dando clases con el pintor Juan Núñez, llegando a dominar la técnica en tiempo récord. Esto, unido al descubrimiento de los clásicos como Velázquez o Goya, dio como resultado el nacimiento de un genio.
Cada mañana, cuando me levanto, experimento una exquisita alegría, la alegría de ser Salvador Dalí, y me pregunto entusiasmado: «¿Qué cosas maravillosas logrará hoy este Salvador Dalí?».
Como vemos, de todo hay en esta imagen: el academicismo aprendido en sus clases, cierta modernidad importada del París de principios de siglo y una asimilación de los grandes maestros. Tiene mucho de bodegón clásico en el brillo de las escamas, la botella y la cazuela de barro.