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Proserpina
Unas semillas de fruta prohibida.
Dante Gabriel Rossetti, uno de los excéntricos artistas pertenecientes a la hermandad prerrafaelita, realizó hasta ocho versiones de este (en apariencia) sencillo cuadro. Pasaron años de múltiples dibujos, lienzos a medias, marcos rotos y peleas con sus comisionados de por medio (cualquiera diría que esta obra está maldita) hasta que al fin la séptima versión, esta que veis en vuestras pantallas, aunque no sería la última, dejó satisfechos a todos.
La protagonista es Proserpina, o Perséfone como la llamaban los griegos, hija de Zeus y Deméter, que fue raptada por el dios Hades (el Plutón griego), y arrastrada a su reino, el Inframundo.
Hades, una divinidad solitaria y retraída, se había enamorado profundamente de su sobrina (en la mitología es mejor no valorar los parentescos, porque acabaríamos volviéndonos locos) y se le ocurrió una estratagema para que a la joven no le quedara más remedio que permanecer junto a él: le ofreció unas dulces semillas de granada, fruta que crecía en el reino del Hades. Proserpina probó el delicioso y jugoso fruto ignorando una estricta norma: todo aquél o aquella que bebiera o comiera algo del Inframundo, debería permanecer allí para siempre.
Pese a estas circunstancias, con Proserpina se acabó haciendo una excepción, puesto que su madre, incapaz de vivir sin su hija y buscándola por todas partes, descuidó las importantes tareas que debía llevar a cabo en la tierra y aquello era inaceptable. Junto a Zeus, Hades y la propia Proserpina acordaron que la joven pasaría medio año junto a Hades en el Inframundo (que corresponderían al otoño e invierno, época en la que Deméter está triste y por eso hace más frío, los árboles pierden sus hojas, la nieve cubre la tierra y las flores) y la otra mitad regresaría con su madre a la Tierra, durante las que muchos conocen como las dos estaciones más felices del año, la primavera y el verano, cuando Démeter, contenta de volver a tener a su hija junto a ella tras tanto tiempo de separación, hace brillar el sol, florecer los campos…así se explica, a través de este mito, los cambios de estación.
Que Rossetti escogiera este tema no es en absoluto casual, es una excusa para plasmar un acontecimiento de su propia vida. Su modelo es Jane Morris, que se encontraba atrapada en un matrimonio que la hacía desdichada y tuvo una aventura con el pintor. Jane probó también la fruta prohibida metafóricamente al convertirse en la amante de Rossetti. Y este hecho se acentúa aún más con el mito de Proserpina y Plutón porque sabemos que la joven llegaba a pasar temporadas, generalmente los meses de verano, en casa del artista y ya en invierno regresaba con su marido.
Del mismo modo que Proserpina estaba dividida entre dos mundos, por un lado el de su esposo, y por otro el de su madre, Jane también permanecía dividida entre un matrimonio infeliz y su familia y el hombre al que realmente quería.
La composición es bastante sencilla, con la diosa ocupando prácticamente todo el lienzo; tan sólo vemos una pared parcialmente iluminada y una hiedra trepando por ella. Junto a Proserpina, tal vez en una mesa, hay un quemador de incienso como atributo divino. En una mano sostiene a la «culpable» de la situación en la que se encuentra: la granada, esa fruta prohibida y fatídica, que Rossetti parece desconocer cómo se come o pela por la manera en que está abierta.
Acompaña a la pintura una inscripción en la esquina superior, con un soneto dedicado a Proserpina y compuesto por el propio Rossetti, en italiano, que habla sobre la desdichada condición de la diosa, su encarcelamiento y cómo hasta las almas del Inframundo se apiadan de ella.