Retrato de George Dyer en un espejo
Bienvenidos a la raza humana.
George Dyer fue el amante (y modelo) de Bacon durante años. Aparece en varias pinturas del maestro como arquetipo perfecto del ser humano del siglo XX: confuso, distorsionado, espasmódico, vulnerable, agitado, solo…
Como diría Snake Plissken, icono creado por John Carpenter: Bienvenidos a la raza humana.
Dyer (1934–1971) era un personaje sórdido, tan del gusto del pintor. Un ex-criminal casi analfabeto, que acabó suicidándose con una sobredosis. Juntos se emborrachaban, se pelaban y se amaban con la misma violencia e intensidad que en las pinturas de Bacon.
Aquí aparece retratado por partida doble, mirando su propio reflejo en el espejo de extraños diseño (Bacon había sido diseñador de muebles). No se sabe cual Dyer está más distorsionado, si el «real» o su gemelo reflejado. En el fondo es igual.
Sentado en esa silla giratoria frente a un espejo, es el perfecto ejemplo de los retratos de Bacon: pura carne en descomposición y agitamiento. Pura vulnerabilidad. Es un retrato del interior del personaje… pero del interior físico. Casi como darle la vuelta a un calcetín, Bacon vuelve a sus retratados del revés, enseñándonos sus vísceras, borrando las facciones de sus rostros.
Y sin embargo, si vemos fotografías de Dyer, llama la atención el asombroso parecido en estos retratos. A pesar de toda esa deformidad, podemos reconocer al reatratado. Quizás mejor que en la foto.
«Mi ideal sería coger un puñado de pintura y lanzarla sobre la tela con la esperanza de que el retrato estuviera ahí».
Francis Bacon