Retrato de Toulouse-Lautrec
Los dos artistas tenían algo en común: su baja estatura.
Este italiano se trasladó a París en 1871, y ahí se dedicó a retratar a la élite de fin de siglo, la alta sociedad. Es una alta sociedad proustiana, que ya no conserva nada de la vieja aristocracia. Ahora son burgueses que viven en torno a artificiales normas de admisión y de exclusión, rememorando torpemente tiempos pasados.
Pueden parecer retratos de gente de lo más superficial y frívola, y Boldini acaba elaborando un arte insultantemente burgués, decadente, pero sin embargo su arte hipnotiza por esa pincelada virtuosa a la par que espontánea, y su soprendente dinamismo. Además no falta el sentido del humor en sus retratos, que parecen a menudo caricaturas.
Boldini pinta aquí a una de las figuras más célebres del París de la época: el artista Henri de Tolouse-Lautrec, retratado como dandy arquetípico. Este cuadro de Boldini, independientemente del modelo, es una representación exquisita de un parisino de la clase alta de finales del siglo XIX, y ese era su trabajo: retratar a condes, marquesas, princesas y famosos.
Pero además de palacios, Boldini frecuentaba los mismos antros que Lautrec: bares con cantantes y bailarinas, cabarets, circos, cafés, casas de juego… y lugares con las persianas bajadas. Y debió ser en uno de estos alegres sitios donde conoció a ese «gnomo de Montmartre». Los dos artistas tenían en común una cosa: su baja estatura.
Aconsejado por su amigo Degas, Boldini retrata a Lautrec con pastel, y lo hace con su estilo característico de gestualidad artificial pero elegante, buscando el efectismo estético, dejando a la vista las pinceladas, pintando en lienzos verticales para dar mayor esbeltez al retratado (¿complejos de un tío bajito quizás…?) y siendo austero con los fondos.
Es un retrato conscientemente decandente, pero aún así brilla en su falso esplendor.