Sacra conversación
Muchos huevos le puso a esta obra della Francesca.
Niño rodeado de santos y ángeles. Pero no, no están hablando. Arrodillado ante la Virgen, está en primer plano “chupando cámara” Federico de Montefeltro, duque de Urbino, ataviado con la armadura de condotiero.
La Virgen ejerce de eje de simetría, situada en medio de la composición junto con el huevo que cuelga de la venera de un ábside inspirado en las obras de Vasari. Sobre las rodillas de la Virgen está desmayado cual folclórica el Niño Jesús, con un rosario de coral rojo.
Alrededor de ellos está todo el elenco de santos y, tras el trono, cuatro ángeles con lujosas ropas y joyas. Aunque más bien parecieran un grupo de vecinas engalanadas para jugar su partida de mus semanal que se asomaran a cotillear. Los santos que podemos ver en el lado izquierdo son: San Juan Bautista, San Bernardino y San Jerónimo penitente. En el lado derecho San Francisco de Asís con la cruz de cristal, San Pedro mártir y San Juan Evangelista. Todos ellos están incómodos, se ve que no quieren estar ahí.
Parece ser que en esta obra, pese al lugar y al fin tan relevante al que estaría destinada —nada menos que el nicho del duque de Urbino— della Francesca no le echó muchas ganas. Los santos resultan demasiado familiares con los de otros retablos coetáneos pintados por otros artistas —aún no se había creado la SGAE. Además, las manos del condotiero es evidente que no las hizo el artista, sino otro pintor flamenco afincado en Urbino en ese momento. Parecen incluidas a posteriori con Photoshop. “Casi cuela Piero”.
Con respecto al objeto más enigmático de la obra, el huevo, hay diversas teorías. Unos estudiosos afirman que es de avestruz y que simplemente se incluyó como elemento para enfatizar la simetría de la obra. Otros, que simbolizan el nacimiento de Jesús.