Sagrada Familia
Los Nazaret.
Una famosa obra de Jan van Eyck inspiró a Joos van Cleve para realizar esta pintura, pero el artista decide añadir al gran olvidado de toda esta historia: al secundario (más bien terciario), al hombre invisible, a esa figura que nadie hace caso cuando hay un niño en casa: el padre. En este caso, san José, que además era fuente de habladurías y cotilleos por maliciosos rumores que recorrían Galilea y que no vamos a difundir aquí.
Ahí lo tenemos, al fondo, intentando leer algo, con media sonrisa medio de resignación, viendo al niño Jesús apropiándose de uno de los senos de la Virgen. El niño nos mira, en pelotillas, rubio como un querubín flamenco.
Van Cleve, ecléctico y experimental como era, mete además una naturaleza muerta en la escena: frutas y un cuchillo que a lo mejor aluden a la encarnación y el sacrificio de Jesucristo, pero que sobre todo es un bodegón que retrata la vida cotidiana de una familia normal como «la familia Nazaret», una familia como cualquier otra.
Entre lo cotidiano y lo religioso se mueve esta obra en la que se nota que el artista bebía tanto de lo flamenco como de lo italiano. Este tipo de imágenes devocionales familiares eran la moda en la época y Joos van Cleve y su taller hicieron versiones como churros.