





Sala de los caballos
Hay un hombre en Italia que lo hace todo.
Hay un hombre en Italia que lo hace todo
Hay un hombre que lo hace todo en ItaliaEs el que diseña esos frescos de palacio
El que pinta una Madonna, el que escribe tu prefacioHay un hombre en Italia que lo hace todo
Hay un hombre que lo hace todo en ItaliaEs el que decora la tua villa de verano
Ya sea en Mantua o en Ciudad del Vaticano
Con unos pocos arreglitos, esta estupenda canción de Astrud encajaría a la perfección con la figura de Giulio Romano. Como buen renacentista, no renunciaba a nada. Cultivó la pintura al óleo, los frescos, arquitectura de todo tipo, diseño de vestuario, de jardines… Muy camaleónico, podía adaptarse a peticiones canónicas, aunque destacó en el Manierismo.
Cuando Federico II Gonzaga, primer duque de Mantua, lo conoció, surgió el match perfecto; un artista habilísimo y liante como Romano y un rico noble, ávido por redecorar su casa de recreo, sita en la isla de Te. Allí los Gonzaga custodiaban el orgullo de la famiglia: sus caballos.
La cría de caballos no era sólo una pasión animal sino una cuestión de prestigio. La corte de Mantua era conocida por obsequiar a príncipes y embajadores de toda Europa con espléndidos corceles que hacían las delicias de la jet set de la época, ya fuera en carreras, concursos ecuestres e incluso en combate.
Por ello, cuando Romano llegó por primera vez a Mantua, en 1524, Federico le esperaba con su mejor regalo: un caballo. Quitado el lacito y apretada la cincha, cabalgaron juntos hasta la isla de Te. Una fantasía.
Una de las estancias más espectaculares que diseñó Romano en el palacio ducal es la sala de baile, que inauguró nada menos que Carlos V. Decorada con pintura mural a todo color y detalle, presenta arquitecturas fingidas y paisajes, estatuas de divinidades y los trabajos de Hércules. Los caballos favoritos del duque, a gran escala, dominan el espacio.
Ya lo decía Vasari: Romano era un genio que proyectaba «no habitaciones de hombres, sino casas de los dioses».
Giulio Romano