San Francisco en éxtasis
Humanización de lo sagrado.
Desvaneciéndose en los brazos de un ángel, Caravaggio captura el instante del éxtasis o rapto espiritual en que el pobrecito de Asís fue arrebatado en la contemplación mientras oraba, hacia el final de sus días, en las alturas del monte Alvernia. Tras la visión de Cristo bajo la forma de un serafín que atravesó su alma en esta contemplación mística, vinieron a imprimírsele en el cuerpo sus conocidas llagas. Pero a diferencia de las representaciones habituales de San Francisco, en esta no se nos muestran las heridas de los pies y las manos, sino sólo la del costado… aquella llaga que, como cuenta San Buenaventura, con más diligencia procuró ocultar el santo hasta el punto de que nadie, mientras vivió, la pudo ver sino de una manera furtiva.
Herida que con su pincel descubre sin embargo Caravaggio, al mismo tiempo que oculta las otras, quizás para revelar así el mensaje escondido tras la visión mística de San Francisco: el de la primacía, no de las obras y mortificaciones externas, sino del amor y la mortificación espiritual por éste obrada para alcanzar una perfecta transformación o unión con lo divino.
Pintura de juventud donde se anuncia ya su característico tenebrismo, patente no solo en la fascinante tensión entre la luz y las sombras de su técnica, sino también en la tensión entre lo sagrado y lo profano de su contenido. Pues en ella la sacralidad del instante místico está cargada de un erotismo cautivador, evidente en la forma en la que el ángel contempla arrobado el rostro languideciente del santo. Imagen que, a su vez, no dejará de ser sino un eco indudable del Cristo muerto en los brazos de la virgen, y en ello, un reflejo de la importancia que la meditación sobre la Pasión y su virtud transformativa ―ejemplificadas en el milagro de la estigmatización de San Francisco― tuvieron en la espiritualidad católica de estos años.
Herido de amor, el San Francisco de Caravaggio alcanza, a pesar de ser una de sus primeras obras religiosas, un dramatismo y patetismo verdaderamente conmovedores que darán muestra de esa «humanización de lo sagrado» con la que, en la línea del catolicismo, se buscó resaltar y recuperar el valor de las manifestaciones populares de la piedad, la cercanía y humanidad de los santos, así como la universalidad de la perfección cristiana a la que estaban llamados no solo unos pocos sino todo cristiano, cualquier cristiano dispuesto a participar en la sabiduría de Cristo, a encarnar en su persona al modo de San Francisco, ese Alter Christus, el misterio de la Cruz… Incluido el propio Caravaggio quien, como proclamando esta actitud, dio su rostro al santo.