Sepulcro del Doncel de Sigüenza
Horizontalidad despreocupada.
Don Martín Vázquez de Arce vivió rápido, murió joven y dejó un bonito cadáver cinco siglos antes de que James Dean personificase tal modus vivendi. Este castellano batallador y cercano a la nobleza murió a los veintiséis —sobrevivió al actor sólo dos años— aniquilando moros en la crucial batalla de la Vega de Granada de 1486; el texto sobre su figura así lo indica. Consecuentemente, su final luctuoso se materializó en uno de los más interesantes y bellos ejemplos peninsulares de escultura funeraria.
Alejándose de los formalismos más medievales que dictaban manos orantes y rodillas en tierra, el muchacho —adoptando la pose lánguida de una odalisca en un harén turco, recostado con su pierna izquierda graciosamente colocada sobre la contraria— parece ser sorprendido en su solaz literario. El hecho es innovador: un laico leyendo; lo que hace del monumento un buen ejemplo de escultura humanista fuera de Italia, ya que normalmente el libro siempre fue el signo erudito reservado a figuras religiosas. Mas, mirando hacia el Renacimiento y con ganas de entretenimiento, las escasas gentes alfabetizadas ajenas a la Iglesia buscan a finales del Gótico esa literatura profana que eclosiona gracias a la imprenta. Aparece la lectura como hobby.
Aunque se debe decir que la iconografía libro en manos de un muerto laico tuvo su controversia. En el pasado se asumió que el doncel esperaba su resurrección leyendo un texto religioso; sin embargo resultaría muy irrespetuoso para aquella contemporaneidad leer asuntos sagrados con horizontalidad tan despreocupada. Durante los siglos XV y XVI, de facto, la inquisición promovió gran cantidad de manuales que explicitaban el correcto decoro durante las lecturas religiosas, misas y rezos.
Martín quiso ser recordado como un lector guerrero —o un guerrero lector— más que como un devoto orante y, ensimismado en un texto histórico, de caballería o cortesano, nos recuerda que su beligerancia nunca estuvo reñida con su intelectualidad.