La Troupe de Mademoiselle Eglantine
Menea el bullarengue.
En ese loquísimo París de finales del XIX se puso de moda un baile absolutamente delirante y desenfrenado: el can-can.
Música a mil revoluciones por minuto, bailarinas levantando las piernas a alturas imposibles y enseñando las enaguas con desparpajo.
Al parecer, el baile lo inventaron las lavanderas francesas, que querían exhibir con orgullo y provocación la limpieza de su ropa interior y sobre 1860, este baile se llevó a los escenarios llevándolo a niveles circenses.
El público se volvía loco al ver a bailarinas haciendo contorsiones, acrobacias y enseñando el culo y las piernas al ritmo desenfrenado de la música de Offenbach.
Rápidamente surgieron estrellas de esta danza, como la Goulue (la tragona), la Môme Fromage (chica queso) o Nini Patte-en-l’air (Nini pata arriba), que incluso montó una academia de can-can.
Y por supuesto, en el público siempre estaba un hombre diminuto, pero enorme: Henri de Toulouse-Lautrec, criatura nocturna de ese París de la Belle Époque que hacía bocetos entre cervezas y absentas, y creó carteles modernísimos para promocionar estos espectáculos.
Este es uno de los muchos ejemplos de la cartelería de Lautrec, donde anuncia para un espectáculo en Londres las increíbles acrobacias de La Troupe de Mademoiselle Eglantine, con la presencia estelar de otra fulgurante bailarina de can-can: Jane Avril, amiga del artista y estrella del cabaret Moulin Rouge.
Lautrec capta perfectamente el movimiento desenfrenado del baile, prescindiendo del fondo y adoptando la estética japonesa.