Venus y Adonis
Contra los audaces no hay audacia segura.
Bajo la sombra de un álamo un Adonis dormido y tranquilo descansa sobre el regazo de Venus mientras ella le abanica. Les rodea un paisaje idílico de belleza petrarquista que parece sacado de las Bucólicas de Virgilio, perfecto para el descanso. Pero esta paz va a ser interrumpida. Desde un principio podemos ver que algo no va bien.
Cupido en la esquina intenta sujetar a un perro inquieto que ladra hacia Adonis. Los ruidos asustan a Venus, su mirada alarmada parece que intuye qué va a ocurrir. Mientras tanto, Adonis sigue durmiendo en la sombra sin percatarse. Además, la postura de los protagonistas a modo de pietá nos llama la atención por su parecido a La Piedad de Miguel Ángel. Todo nos lleva a la inminente muerte del cazador a manos de las fieras (un jabalí) en el monte Líbano. Ovidio en Metamorfosis relata los ruegos la diosa para que tenga cuidado:
«Contra los audaces no es la audacia segura.
Cesa de ser temerario para el peligro mío,
y a las fieras a las que armas dio la naturaleza no hieras,
no me resulte a mí cara tu gloria»
Veronese, como buen veneciano, enfatiza el color de la escena. El naranja intenso es el que más llama la atención, elaborado con minio y rejalgar, un pigmento usado como raticida. Los tonos no se funden entre sí sino que Veronese los entiende de forma aislada. Además, las figuras tienen luz propia, quizás con un refinamiento exagerado. La técnica manierista de Veronese contribuye a completar este momento concreto de augurio de la desgracia. El anuncio de un amor roto por la muerte. El mito finaliza con la transformación de Adonis, gracias al néctar de los dioses, en la flor de la anémona.