Vocación de San Mateo
Cine negro en pintura.
Caravaggio trabajó como lo haría un director de fotografía de cine negro. Sus cuadros son fotogramas en los que la luz se maneja, como si de focos se tratara, para iluminar rostros y resaltar gestos. Y allí donde no hay luz, vive la tiniebla.
El genio de este artista está a la altura de su vida desordenada y conflictiva. Su pintura es el reflejo de la vida cotidiana. Sus modelos no son ricos burgueses, ni bellas damas cortesanas, sino vagabundos, prostitutas y gentes de baja estofa con las que convive en las tabernas romanas. Caravaggio refleja la realidad tal cual es en sus pinturas; en ellas no hay adornos, tampoco florituras; no hay paisaje, ni profundidad, pero si mucha verdad y espontaneidad. Y ya sabemos que la realidad produce la repulsión de aquellos que pretenden esconderla.
En 1598 el cardenal Mateo Contarelli encargó a Caravaggio tres pinturas para su capilla en la Iglesia romana de San Luis de los Franceses. De estas tres obras, todas dedicadas al ciclo vital de San Mateo, destaca La vocación del Santo. En esta tela la figura de Cristo, reflejado como un vagabundo de pies sucios, y San Pedro irrumpen en la oficina del recaudador de impuestos de Cafarnaúm. La luz penetra a través de la puerta iluminando las espaldas de Jesús y de Pedro y los rostros de los recaudadores. La cabeza de Cristo parece flotar en el lienzo y su mano se alza en un gesto tomado prestado del fresco La Creación de Adán de Miguel Ángel. Señala a Leví, que con una mueca dubitativa, mira a Jesús pareciendo decir ¿Es a mí a quién llamas?
El resto de los recaudadores se gira asombrados por la entrada de los personajes en la habitación. Mientras, dos hombres al fondo continúan absortos en su tarea de contar monedas; no parecen inmutarse ante la Divina presencia.
La escena está pintada desde una posición baja y, aunque el suelo solo se intuye, produce la sensación al espectador de estar sentado en el patio de butacas de un teatro. Los gestos, las actitudes, las expresiones de los recaudadores, la alternancia de luces y sombras hacen que en la escena fluyan palabras que, a pesar de que no resuenen, las entendemos. No hace falta más, es puro drama, es una nueva forma de pintar que transciende el lienzo. No nos extraña entonces que Caravaggio no fuera un pintor del gusto de sus coetáneos. La moral que impuso la Contrarreforma se sentía más cómoda con las obras clasicistas de los Carracci, mucho más elitistas y refinadas.