Félix González-Torres
Cuba, 1957–1996
Cubano de nacimiento, Félix González-Torres, ya desde edad temprana fue un culo inquieto. A los 13 años se traslada a España y, a mediados de los 70, se instala en Puerto Rico, donde estudia Arte para, a finales de esta década, marcharse a Nueva York. En 1987 se unió a Group Material, un grupo de artistas practicantes del activismo cultural y, así, los agitados años 80, lo encontraron radicado en la gran ciudad donde, como bomba de relojería —latino, gay y marxista— explotó.
González-Torres manejó como pocos el arte de decir mucho con casi nada y, más difícil todavía, el público lo adora. Bombillas que se van apagando, relojes que se desincronizan, montañas de caramelos que aparecen y desparecen son, en manos del artista, alegorías de la muerte, el luto y la ausencia pero, también, una posibilidad de existir para siempre. Temas que nos tocan a todos tratados a través de objetos manufacturados, vulgares, que, en su obra, se tornan otra cosa.
No nos confundamos, la obra de este cubano no es sensiblera. Habla alto y claro, denuncia, es arte político de altura pero presentado de una manera sensible, cercana y poética. Quizás, su trabajo más conocido se relaciona con la visibilización de la realidad homosexual de las décadas de los 80 y 90 en Estados Unidos donde, una ya legendaria doble moral, negaba las muertes por SIDA. La pertinencia de su obra en ese momento la encumbra, al tiempo que, el modo en que la evidencia, la mantiene vigente. Ironía y genialidad en piezas de naturaleza efímera.
En todo esto es esencial el hecho de que estemos ante obras ejemplares del arte relacional. Sin la participación del público, las obras de González-Torres no tendrían sentido. Tiendo a pensar de mi mismo
-afirmó- como un director de teatro que está tratando de transmitir algunas ideas por medio de la reinterpretación de la teoría de división de roles: autor, público y director.