John Flaxman
Reino Unido, 1755–1826
El líder de los dilettanti (aficionados)
según Goethe.
Cuando leemos, tenemos la tendencia a imaginarnos siempre unos rasgos característicos para cada personaje. John Flaxman tenía un auténtico don para ello, por eso ha influenciado a tantos ilustradores o artistas en general con sus dibujos. Pero no sólo destaca en la ilustración, Flaxman también era un fantástico escultor, alumno de Antonio Canova, vital en el aprendizaje y carrera de Flaxman.
Su carrera artística arranca gracias al negocio de su padre, un conocido moldeador en el Covent Garden de Londres. Además de la ayuda y consejo de su progenitor, algunos clientes le proporcionaron también libros y generosas comisiones.
Con tan sólo 19 años ya trabajaba con el alfarero Josiah Wedgwood, modelando relieves y ganando interés por el arte griego.
Posteriormente, se ganó la vida durante bastantes años esculpiendo para monumentos funerarios.
Los 27 años fueron un momento crucial en su vida: un viaje a Roma. En este viaje quedó fascinado con las obras clásicas, y comenzó a realizar muchísimos bocetos. Allí realizó sus primeras ilustraciones para libros que lo harían alcanzar la fama: La Ilíada, La Odisea y La Divina Comedia, de esta última inspiró a pintores como Goya o Ingres.
Sólo pretendía permanecer en Italia un par de años, pero entre unas cosas y otras, con tantos encargos como tenía, estuvo allí hasta 9 años.
El éxito de sus ilustraciones se debe en parte a la simpleza, son dibujos muy lineales y no tienen una ornamentación excesiva, a eso se debe su triunfo, nuestra imaginación hace el resto.
Mientras otros ilustradores nos dan obras que no permiten desarrollar nuestra creatividad, Flaxman genera una dualidad entre el artista y el lector/observador, nos deja formar parte de sus dibujos.
Tras su regreso a Inglaterra, fue nombrado Académico, y le concedieron el puesto de profesor de escultura.
Finalmente, en los últimos años de su vida llegó a diseñar relieves para decorar las fachadas del Palacio de Buckingham.