Agar e Ismael
Génesis, la telenovela.
Bajo un cielo nada protector —solo unas nubes pasajeras que apenas son promesa de sombra— una madre ofrece agua a su hijo moribundo en un secarral. Se ha producido un milagro. Han sobrevivido. Es la conclusión feliz de uno de los pasajes veterotestamentarios más representados en la historia del arte.
Con dibujo de virtuoso academicista, el británico recrea el desenlace del triángulo de amor bizarro conformado por el profeta Abraham, su mujer Sara y la esclava egipcia Agar.
Resumen de los hechos: Sara permite a su marido que tome a la sierva para que éste pueda tener descendencia, ya que ella debido a su edad es estéril. El resultado del concubinato será Ismael. A la postre —¡oh, miracolo! –– Sara queda embarazada, de Isaac. Años después la egipcia y su hijo son repudiados por el hombre de la casa; se han producido celos esperables, disputas por la herencia, animadversiones varias…, innecesario mentar que el Génesis siempre tuvo alma de telenovela.
En su vagabundeo, ambos han acabado en el desierto de Beersheba, y es en esta tierra seca donde el milagro es obrado: a los lloros del adolescente un ángel apareció súbitamente mostrándole a Agar un pozo de agua…, y eso no es todo, ya que el enviado hizo saber a la mujer que Dios había dispuesto que su hijo —al igual que su padre— fuese fundador de una gran nación.
Quizá este relato sea origen vetusto de conflictos que alcanzan a nuestros días, manteniendo viva la controversia con la primogenitura de los hermanastros y todavía inflamadas las disputas que el trauma doméstico originó. De Isaac desciende el pueblo hebreo y de Ismael la raza árabe; una misma sangre que se reconoce y se rechaza.
Ajeno al futuro, Ismael habitó y creció en el desierto, portando siempre su carcaj, presto a abatir certeramente a las fieras con la que compartía hogar.