Autorretrato
Interiores.
A pesar de haberse visto relegada a vivir como personaje secundario –amante del gran artista Max Ernst e hija de unos padres que la encerraron en un psiquiátrico– Leonora Carrington fue siempre y, ante todo, una creadora: atributo que a sus compañeros surrealistas les valió la calificación de genio y a ella la encasilló en la de monstruo. En esta pintura, la artista se autorretrata con la mirada perdida y el pelo enmarañado, en un interior vacío junto a un caballo de juguete y una hiena. Una ventana muestra a un caballo, similar al del interior de la habitación, cabalgando en un exterior boscoso.
La interpretación más común ha relacionado esta estrambótica escena con las peculiares historias que Carrington escribía por aquel entonces como producto de su inestable estado mental. Sin embargo, parece una de las mejores definiciones pictóricas de la famosa frase de Jean-Paul Sartre: el infierno es el otro
[1]. Ese caballo de juguete que destaca en primer plano en la habitación no es más que la imagen que el mundo ve del caballo vivo que galopa por detrás.
Carrington, última gran representante del movimiento surrealista, desecha las leyes de la perspectiva para crear una continuidad entre espectador, primer plano interior y segundo plano exterior. Así, construye un tercer espacio, a medio camino entre el sueño y el despertar, entre la vida y la muerte; un espacio indefinido producto de la exteriorización de la «locura» que sus contemporáneos usaron para desacreditarla. Atravesada por los juicios de la mirada ajena, la artista opta por apropiarse de ellos e invertirlos. Así, al devolvernos la mirada, nos indica que ese exterior tras de sí siempre va a ser suyo.