El árbol de la vida
La alquimia del subconsciente.
Leonora Carrington fue una rebelde con causa. Reconocida como la última surrealista, se opuso a la estética del movimiento en gran parte fundamentada en la mujer y el erotismo. Feminista inquebrantable, evitó los estereotipos de la mujer como objeto de deseo y redefinió completamente el simbolismo femenino con su propia interpretación del surrealismo.
Carrington incorporó a su lenguaje otras fuentes que conocía muy bien debido a su origen inglés y a México, país que la refugió cuando huía de Europa y del que incorporó elementos de su folclore. Recurrió al ocultismo, la mitología celta y al medioevo, demostrando un gran interés por la alquimia, la magia y los cuentos de hadas que leyó de niña.
Así construyó un mundo de figuras híbridas, mitad humanos y mitad animales, bestias, o quién sabe qué, en todo caso, figuras fantásticas que van de lo terrorífico a lo satírico.
El árbol de la vida es un cuadro de rico simbolismo, en él Carrington representa a través del uso de unas esferas de colores el árbol de la vida cabalístico. Los tres personajes humanos podrían ser místicos o rabinos judíos, incluso algunos reconocen en estos personajes la Danza de los Derviches que tiene un profundo significado espiritual y místico.
La composición culmina con un gran rostro de referencias iconográficas tomadas del hinduismo, del budismo e incluso utiliza elementos del mundo egipcio.
Una torre de babel de tradiciones espirituales realizada en una composición estratificada donde suceden distintas situaciones a la vez y en distintos niveles.
No es de extrañar que unos la tacharan de loca y otros de bruja. Lo cierto es que la fascinación de Carrington por el mundo de los sueños y el subconsciente en conjunción con la alquimia y el ocultismo poblaron su mundo pictórico poniendo a prueba el mundo de la razón.