Baile en el Moulin de la Galette
Bailando con impresionistas.
Si en la segunda mitad del siglo XIX ya hubiesen existido los videotutoriales de internet, el Baile en el Moulin de la Galette le habría servido a Pierre Auguste Renoir para codearse con los más visualizados sobre cómo realizar un cuadro del impresionismo. De la obra en cuestión, que supuso una de las atracciones principales de la tercera exposición impresionista, celebrada en 1877 en Paris, manan las ideas de este movimiento pictórico y en particular, la manera que tuvo Renoir de interpretar sus técnicas y conceptos.
Renoir fue el impresionista de la figura humana. Frente a la predilección por el paisaje, tanto urbano como natural, que marcó a este grupo artístico, Renoir le puso cara al impresionismo al situar a las personas en el centro de sus composiciones. Expuestas, protagonistas, vivas. Y para quien quiera caldo, aquí van dos tazas, pues, en esta obra, el artista nos muestra toda una muchedumbre sumergida en el disfrute y la evasión jovial de una cálida tarde primaveral.
Como buen impresionista, Renoir plasmó in situ uno de los bailes que se celebraban frecuentemente en el Moulin de la Galette, situado en el barrio parisino de Montmartre. El otrora molino, que fue retratado también por otros artistas como Van Gogh, contaba, tras una amplia reforma, con restaurante, sala de baile y un merendero en el exterior. Debido a la popularidad que rápidamente adquirió, se estableció como lugar de reunión y celebración de la clase media baja, que tras una larga semana laboral se entregaba aquí a la música, al baile, a la bebida o al flirteo.
Casi en un encuadre fotográfico, cuyos bordes cortan elementos de la composición, Renoir captura en este lienzo la nueva concepción del ocio que emerge en el siglo XIX. Asistimos a un cambio en la forma de entender las interacciones sociales, el consumo y la diversión en el día a día. Todo ello retratado en una «masterclass» del impresionismo que reúne la elevación de la perspectiva, la disolución de los contornos y la soltura de la pincelada. Y como no podía ser de otra forma, presenciamos un vigoroso juego de luces y reflejos que penetra en la escena y la baña en la alegría vital propia del artista de Limoges.