La mezquita
(fiesta árabe)
Renoir en Argelia.
Las obras que realizó Pierre Auguste Renoir durante sus dos estancias en Argelia viven a la sombra de sus pinturas más célebres, pero, como en tantas otras ocasiones ha quedado demostrado, no por ello son de interés residual. Siguiendo los pasos de Eugène Delacroix, uno de sus referentes artísticos, el pintor de Limoges hizo las maletas y, pincel en mano, acudió a la tentadora llamada del «exotismo» de oriente y desembarcó en la capital argelina por primera vez en 1881.
Dadas las expansiones colonialistas de estados como la propia Francia durante el siglo XIX, el viaje a territorios más allá del continente resultaba cada vez más asequible para el turismo europeo. La ciudad de Argel se había establecido como uno de los destinos preferidos por su relativa cercanía y por las comodidades que ofrecía, con cafeterías, calles y arcadas al más puro estilo parisino. Por si la idea de recorrer los callejones y escaleras de la casba finalmente no resultaba tan seductora como desde la lejanía de la Metrópoli. Asímismo, la administración gala publicitaba el viaje a las colonias mediante estampas y postales que incluso sirvieron a Renoir como fuente de inspiración para la composición de algún que otro cuadro.
Al partir, además del interés por descubrir aquel mundo que se vendía como tan misterioso, Renoir llevaba en la maleta el lenguaje pictórico del impresionismo. No fue el primer artista que utilizó los conceptos de este movimiento en el contexto cultural oriental (le precedieron nombres como el de Albert Lebourg), pero como muestra La mezquita, seguramente fue de los más ambiciosos.
No queda claro qué celebración atestiguamos aquí, pues si hay algo que caracteriza esta obra es su falta de especificación: la distancia al evento, rostros inidentificables en una aglomeración difusa, arquitectura local sin detallar… Todo parece envuelto en un aura de alegorías de la cultura y del folclore oriental que contrasta con la cercanía de sus representaciones de temas similares en la vida de París, como se constata, por ejemplo, en el Baile en el Moulin de la Galette.
Por otro lado, las obras africanas de Renoir destacan por su tratamiento del color, que potencia aún más la impresión general de vaguedad. La escena está embadurnada en la calidez de la luz mediterránea, interpretada de forma certera mediante una paleta dominada por tonos amarillos y ocres. Y está el blanco. Renoir, como él mismo afirma, «descubre» el blanco en la arquitectura magrebí.
En suma, Renoir retrata en Argelia lo que parece que fue a ver: en busca de «lo diferente», se ciñó a los clichés del exotismo oriental, arraigados ampliamente en la cultura europea del momento. Por ello, si bien en cuanto al valor artístico sus pinturas resultan cautivadoras, hay que poner en entredicho su ajuste a la realidad de entonces y la perspectiva que presentan.