Orientalismo
1750–1956
El orientalismo más que un movimiento, fue un ardor, un ardor longevo que duro tres siglos, alcanzando a multitud de disciplinas, estilos y artistas…, una preocupación importante,
concluyó Victor Hugo. Preocupación que emergió al calor del combo neoclasicismo + romanticismo, ofreciendo el academicismo la mayor gloria al género.
Asociado inevitablemente al siglo XIX, tuvo su precuela en la centuria anterior, cuando Europa observó con ojos curiosos al vecino de la derecha, un Imperio otomano que se descomponía. Era una necesidad urgente que una dama de clase alta —o muy esnob con recursos— se hiciese retratar con un buen turbante sepultada entre sedas adamascadas. Las «turquerías» es el comienzo de todo. Aunque fue con las campañas expansionas inglesas, y en especial la napoleónica en Siria y Egipto, cuando el norte de África y Oriente Medio se convierten en los territorios que narcotizan a Europa. La cosa finaliza oficialmente en 1956, cuando Francia abandona Marruecos.
Ser orientalista significaba lanzarse a explorar el este, no obstante, algunos pintores jamas salieron del estudio, dedicándose a imaginar, ayudados por la literatura de viajes o alguna lámina o daguerrotipo venido de allá. De hecho, el orientalismo es algo imaginado.
La pintura se utilizó sabiamente como propaganda de esas potencias imperialistas para legitimarse en aquellas tierras bárbaras, apoyadas por una clase acomodada y capitalista en busca del contraste con la ilustración de sus vidas.
En tierras islámicas se buscaba lo desconocido, lo misterioso y sobre todo, lo prohibido, asumiendo sus aberraciones culturales e inferioridad intelectual y moral.
Así, los salones de aquellos países grises e industrializados se poblaron con el desorden de populosos zocos, con combates tribales a caballo y de ricas medinas medievales, de desiertos eternos u oasis con tiendas de nómadas, de arquitecturas cupuladas y esbeltos minaretes, con escenas cortesanas o cotidianas, festividades populosas llamadas a la oración…
El erotismo femenino —de amplio espectro racial— se cultivó masivamente en contextos de esclavitud, gineceos y baños comunales, sirviendo como húmedo subterfugio a la castrada sociedad cristiana del momento.