El vendedor de tapices
Los infinitos horizontes del norte de África.
«Occidente» y «Oriente» reagrupan, tras estas grandes etiquetas, todas las variedades posibles de la pluralidad humana, y las reduce en este proceso a una o dos abstracciones colectivas finales.
Edward Said
A finales del s. XIX, entre la convergencia de oriente y occidente, pensadores, escritores, filósofos y artistas europeos intentaron representar, a través de su mirada, aquellas tierras que, lejos de todo lo que habían conocido anteriormente, denominaron el oriente exótico.
Países del Próximo Oriente y del norte de África fueron el foco de interés de dichos artistas que, cansados del elogio al spleen que caracterizó este periodo, empezaron a explorar los recónditos secretos de estas tierras lejanas a las que por primera vez tuvieron oportunidad de viajar dándoles la oportunidad de representar en sus obras lo extraño, lo ajeno, o lo que pasó a conocerse en términos filosóficos, el otro.
La «otredad» desde la perspectiva orientalista fue la base que caracterizó las obras clasificadas como tal, teniendo en cuenta que muchos de estos artistas ni siquiera vieron in situ lo que posteriormente plasmaron en sus obras, sino que se dejaron influenciar por la imagen estereotipada que creó occidente, como se constata en la obra Orientalismo de Edward Said, académico de origen palestino que dedicó su vida a esta divergencia.
Fortuny fue uno de los artistas que, contagiado por el auge de oriente, viajó al norte de África donde los paisajes y las puestas de sol impregnaron lo que fue su obra a partir de 1860. Parece que fue el destino quien dispuso el camino al artista para viajar a Marruecos, pues la Diputación de Barcelona le contrató como cronista de la Guerra Hispano-Marroquí a principios de los años 60.
África fue una revelación para el artista, cuya obsesión se centró en la representación de la luz del sol que cubre los cálidos paisajes del desierto y que tanto caracteriza sus escenarios al atardecer. Tonalidades rojizas, ocres, y pardas singularizan la serie de obras que desarrolló durante su estadía en el continente.
Así fue como Fortuny pintó El Vendedor de Tapices, la recreación de una imagen costumbrista, que podría clasificarse como pintura de género. El artista, a través de su característica pincelada suelta con matices impresionistas, representa una tienda de alfombras del inconfundible zoco de Tánger. Los colores cobres que se funden entre los rojos de los tapices que cubren la fachada enmarcan a unos personajes, entre los que destaca un soldado beréber y el mismísimo vendedor de tapices recreando así el día a día en el ambiente del zoco. En la calle, perros estirados bajo la luz del sol nos acercan a la atmósfera cotidiana de oriente que tanto impresionó a Mariano Fortuny.