Pierre-Auguste Renoir
Francia, 1841–1919
Pierre-Auguste Renoir fue uno de los pintores del grupo impresionista, centrado a diferencia de la mayoría de sus colegas paisajistas, en la figura humana. En concreto, la figura humana femenina. Y más en concreto aún, en la figura humana femenina desnuda. Aunque cierto es que ubicaba estos desnudos en paisajes, y eso da como resultado un impresionismo ornamental, sensual, hedonista.
De hecho, Renoir gustaba del rococó y su rollo picarón y hedonista. Siguió siempre la tradición, adaptándola a los nuevos tiempos de pinceladas sueltas y pintores barbudos y nunca dejó de pintar la alegría de vivir, siempre diversión, siempre fiesta.
Renoir bebió también de las fuentes de Rubens (esos cuerpos nada anoréxicos) y sobre todo Corot (del que robó técnica y estilo).
El sexto de siete hijos de un sastre y una costurera, Renoir ya dibujaba de pequeño sobre las paredes con trozos de carbón y jugaba a policías y ladrones en el Louvre. Era cuestión de tiempo en empezar a aprender el oficio. Tras el trabajo en un taller de porcelana, acudió durante 3 años a cursos gratuitos de dibujo. Aunque eran muy humildes, los padres de Renoir nunca impidieron su sueño de ser artista, y con su apoyo, al final lo logró.
Empezó pintando abanicos y persianas o coloreando escudos de armas. Un buen día se pasó a los retratos. Aprobó el ingreso a Bellas Artes y sacó todo sobresalientes en la escuela. Ahí conoció a los que serían compañeros de profesión y movimiento: Claude Monet, Frédéric Bazille y Alfred Sisley.… a menudo iban a pintar juntos al aire libre.
Fueron tiempos de felicidad y creatividad, pero también de miseria. No tenía ni una moneda. Suerte que contó con la ayuda de sus amigos siempre que estos podían, y además justo entonces se abrió el famoso Salón de los Rechazados, en donde nació el arte moderno y la pintura de Renoir empezó a ser más valorada.
Poco a poco consiguió vender bastantes retratos que terminarían convirtiéndose en su principal fuente de ingresos y conoció a su primera musa, Lise Tréhot. Modelo y amiga, se convirtió en el canon de belleza femenina para el pintor.
Después vendrían Anne, Angèle, Margot… y una joven de mejillas redondas y nariz respingona que aparece en sus cuadros más famosos: Aline Charigot. Auguste, de 40 años, y Aline, de 20, se enamoraron.
Fue la felicidad absoluta para el artista: una discreta salud, bastante dinero y demasiado amor… Fama internacional, francos para comprar tubos y pinceles y sol para pintar al aire libre… Todo iba bien.
Sin embrago en este periodo de madurez, se sentía a veces inseguro. Había momentos en los que dudada de la calidad de su arte, y acabó abandonando su estilo típico (pincelada temblorosa para las vibraciones de la luz y de la sombra) y se volvió más sereno y estable.
Al final, vivió una vida feliz y exitosa. Sus hijos fueron también grandes artistas y su arte es hoy tan valorado como buscado por los carroñeros actuales, esos con mucho dinero y poco gusto.
Su obra desprende alegría de vivir. Vida.
Para mí, un cuadro debe ser algo amable, alegre y hermoso, sí, hermoso. Ya hay demasiadas cosas desagradables en la vida como para que nos inventemos más.